Se nota que el director conoce las costumbres vascas, el ambiente rural, la cultura, el folclore, y lo lleva bien a la pantalla.
Se huele la vida de caserio, la comida hecha por la madre, el trabajo en el campo y el cuidado de los animales. El suelo y la tierra protagonizan la película, en un escenario que apenas se abre al paisaje exterior ( qué tentación no sacar la cámara a pasear por montes y valles ) y, lo más lejos que llegan los personajes, es hasta un viejo molino, en donde la pareja protagonista no parece encontrar la intimidad que necesita, ya que siempre son sorprendidos por padres, hermanos, tios....

Todo el aire naturalista muy bien pero, cuando intenta contar la tragedia amorosa y el drama familiar, en plan Puerto Hurraco, a lo más que llega es, a telenovela de sobremesa. El trio protagonista no convence; resulta lioso colocar a cada padre con su hijo y a cada hija con su madre; de repente aparece un tio; los personajes desaparecen y la familia ni se inmuta...
En fin muy acertado en la ambientación pero, el argumento no engancha.