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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
7
Drama. Cine negro Tras atracar una gasolinera, dos criminales, heridos en el tiroteo, son atendidos por el doctor Brooks, el único médico negro del hospital de la ciudad. Cuando uno de ellos muere, el otro acusa al médico de haberlo matado y provoca una revuelta racista para vengarse de él. (FILMAFFINITY)
5 de junio de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con una estupenda, como es habitual, dirección del legendario Joseph L. Mankiewicz y un Sidney Poitier que prácticamente debutaba en la gran pantalla, se nos acerca a la dramática historia de un médico negro cuyo honor y valía se verán perpetradas por un delincuente que ve morir a su hermano mientras se estaba tratando de salvarlo, acusando de asesinato al médico por un odio radicado en el racismo.

Aunque el género del crimen sea el más relevante, no es otro que el drama el que inyecta toda la fuerza necesaria en sus personajes recreando uno de los tópicos del cine de Mankiewicz: la búsqueda de la verdad, hecho utilizado en películas como Eva al desnudo, del mismo año, o La huella (1972). Desde el planteamiento, el director siempre se cercena, de una manera más directa o más sutil, ubicar al espectador en ese concepto, dándole mucha más importancia que a los personajes, incluso presentándolo mucho antes que a estos. En este caso, nosotros somos conocedores de la verdad desde el inicio de la película, ya que el director sitúa al espectador como ente omnisciente, recreándose en escenas que refuercen esa idea y donde nosotros estamos colocados como si fuéramos voyeurs, transmitiendo dos sentimientos cruciales para afrontar el racismo: la injusticia y la impotencia.

Aunque en ocasiones el guión del mismo director en cooperación con Lesser Samuels sea especialmente bueno, falla en la extensión exhaustiva de los diálogos, y algunos monólogos, para simbolizar ese sentimiento efervescente de rabia que embriaga al personaje de Poitier, el cual antepone su profesión antes que cualquier otra cosa, funcionando también como carta de amor a todos los sanitarios que obvian los prejuicios y ponen su trabajo e incluso su caridad por encima de todo. No es nuevo decir la virtuosidad que tiene Mankiewicz para dominar el tiempo en sus películas, usando una narración lineal en la que se aprecian claras las evoluciones de todos sus personajes, hasta el más nimio, y moldeándolos para el gran clímax que supone el desenlace, que aprovecha para cerrar con un discurso humanista incrustado en los diálogos.

Es con las interpretaciones donde está mi mayor problema. Sidney Poitier (Dr. Luther Brooks), muy joven y a pesar de su limitación de registro, es convincente y eficaz, cargando con gran parte de la tensión del filme, y dejando la otra parte a un atacado Richard Widmark (Ray Biddle) que no equilibra la balanza del drama, resultando extremadamente torpe a la hora de expresarse físicamente y eufórico a la hora de plasmar sentimientos. La nula expresividad de Stephen McNally (Dr. Dan Wharton), personaje que debe apoyar la evolución del protagonista involucrándose plenamente con sus pensamientos, ayuda más bien poco, reduciéndose a un mero secundario sin alma ni presencia. La dualidad juiciosa que mantiene el personaje de Linda Darnell (Edie Biddle), la cual ofrece una buena interpretación, es interesante a priori, pero se desdibuja gradualmente hasta tal punto que ni Mankiewicz sabía qué hacer con el personaje ya.

Sobresale un uso de la iluminación inmaculado, muy expresivo e importante ya que secunda algunos diálogos clave para los personajes de la cinta. Resulta muy curioso el recurso que emplea para plasmar la ira vengativa de Ray Biddle partiendo la imagen en tres segmentos, arriba y abajo totalmente oscurecidos, y el del medio con una iluminación tenue pero suficiente para observar con más dramatismo las muecas furibundas del personaje, recreando también un sentimiento de claustrofobia por la eliminación drástica de espacio en la pantalla.

El mensaje obviamente queda bastante claro, incluso Mankiewicz se permite el lujo de reírse de los cuerpos policiales utilizando la ironía que le caracteriza (heredada de Ernst Lubitsch), incluso parodiando el clásico recurso usual en este tipo de cine de la llegada de la policía en un momento de violencia. En el desenlace, cuando Poitier y Widmark comparten plano, el director hace uso de planos cortos que siempre dejan al personaje de Poitier en una situación de poder metafórica, colocándolo o bien por delante del personaje de Widmark o bien haciendo su figura más grande mediante la profundidad de campo, dando a entender que el racismo, el odio, simbolizado por Widmark, siempre estará por debajo o por detrás de lo demás.

Es una película altamente recomendada, y bastante actual por desgracia sobretodo en EE.UU., donde aún sigue habiendo zonas abiertamente racistas, donde se congregan sujetos llenos de odio y que tan bien representa Mankiewicz con una fotografía sucia con mucho contraste de oscuro, apoyado por una banda sonora de Alfred Newman que pone compases furiosos con sonidos ruidosos, agresivos y toscos para enseñar el pueblo de Biddle.
Tiggy
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