Gran policiaco de los setenta, con un inicio trepidante, conducido por Don Siegel. En el que un frío y astuto, ladrón de bancos (Walter Matthau), esquivará no sólo a la policía sino a toda la mafia del medio oeste. O al menos al matón sin escrúpulos que envían tras su rastro, un vaquero con muy malas pulgas.

Mattau olvida, por esta vez, su sardónica sonrisa y representa a un personaje serio y ante todo calculador. Deslumbrándonos, una vez más, con ese gran carisma ante la cámara que siempre tuvo. También resulta destacable el trabajo de Sheree North, en el papel de falsificadora. Hay muy buena química en la secuencia que cruza con Mattau.

La trama es la típica trama de hampones, de ver quien engaña a quien, de violencia desmedida, de grandes persecuciones y de todas esas cosas que definieron aquel cine que tanto inspiró a cineastas como Tarantino.

Don Siegel, al que siempre recordaré por la “La invasión de los ladrones de cuerpos” y “La fuga de Alcatraz”, realiza aquí, en mi opinión, uno de sus mejores trabajos, con una conducción en un ritmo pausado pero sin descanso que ante todo no aburre en ningún momento.

Una cinta bastante decente, quizá, algo olvidada, que cumple todos los requisitos para un buen thriller que se mantiene todavía fresco y que no desentona por mucho que hayan cambiado los gustos y las modas.