Película italiana pensada, en un principio, para la tele. Visto el éxito y la calidad se pasó en los cines, aunque a España llegó con años de retraso y la dieron en La 2, dividida en dos partes, y en semanas diferentes, debido a su larga duración (6 horas); yo todavía no sé que pasa con las películas italianas y con su difusión en España.
“La mejor juventud” narra las peripecias de dos hermanos, uno médico, el otro policía, con el aparente don de la ubicuidad; pues, de un modo u otro, están presentes en la mayoría de los sucesos más importantes en la historia reciente de Italia, activa o pasivamente; desde las inundaciones de Florencia en los 60 hasta el asesinato del juez Falcone en los 90. Esos acontecimientos no pasan en balde, pues van condicionando sus vidas, manchándolas, hundiéndolas y arrastrando con ellas al entregado espectador que se ha enganchado a ese encantador costumbrismo italiano, a sus amigos, a sus novias, a sus comidas familiares o a sus revolucionarias juventudes universitarias (eje argumental del film).
Pero la mejor juventud pasa y llega la peor madurez a mitad de metraje, y esta especie de “Cuéntame” trasalpino se encuentra emponzoñado ante un oscuro horizonte, paralelo al de un estado en el que se han implantado el terrorismo y la corrupción.
Es en este momento trascendental del destino en que los personajes, desde su tranquila experiencia vital ya curtida, toman las decisiones acertadas (y la suerte les echa un cable) de reencontrarse, perdonar y disfrutar de la calidad de vida en un país que presume de tenerla a puñados. Pasan así, a dejarse llevar por los cantos de sirena, de la mano de un espectador hipnotizado por la belleza de unas imágenes que hablan de la esperanza de una nueva generación, que llegará con el nuevo siglo, y en la que depositarán el futuro de la maltrecha bota mediterránea, corrupta, soleada y hermosa; gobernada por una vergonzosa clase política.
Algunos la tachan de ser la Novecento de segunda mitad de siglo, y aunque ambas son magníficas, “La mejor juventud” tiene vida propia y no debe nada a la película de Bertolucci.
Una película grandiosa, especialmente sus dos horas finales.