Se suele decir que el cine es un buen modo de desconectar porque durante dos horas te metes en los problemas de otros, pues en este caso te metes en unos problemones de cuidado.
Rodada en poquísimos planos (no tendrá más de 20) rezuma austeridad y denota una loable autenticidad, es honesta en todo momento y te mantiene atento siempre, a ratos con la boca abierta. Dicha sobriedad recuerda a otros autores de Europa del Este como Kierzlowski o Tartovski.
La película trata directamente un espinosísimo tema en una sociedad (la Rumanía de los 80) inmadura, cotilla, reprimida y sometida por la tiranía de Ceaucescu; el tema es el aborto. Un problema que obedece a esa clase de miserias humanas fruto de la incomunicación, la mentira y la obediencia a unas normas injustas. El conjunto es el fiel reflejo de ese país todavía en vías de desarrollo, y más en ese momento, lleno de pillastres que van en R12 haciendo chanchullos y aprovechándose de chiquillas indefensas, o de médicos de 3 al cuarto pagados de sí mismos, por no hablar de los inquisitivos modales de los recepcionistas de hotel (más propios de la Gestapo). Y todo esto en largos planos secuencia que te sumergen más en la realidad para vivir las vergüenzas y los miedos de nuestra protagonista, una heroína que contra viento y marea saca fuerzas del ambiente más hostil para seguir adelante, y por un motivo ajeno al tono déspota del resto de personajes: simple amistad.
Por último decir que los actores, que son totalmente desconocidos (a ver quien es el guapo que sabe algo de ellos), soportan excelentemente bien el peso de la película y van dando forma a una atmósfera lóbrega y enfermiza, casi asfixiante. Una obra maestra, estoy de acuerdo con la decisión de Cannes, me encantó.