Película que disfrutarán, especialmente, los amantes de aquella típica música americana de los 40 y los 50, que revive los blues, el gospel, el rock, el twist, y el madison que interpretaba genial y endemoniadamente aquel monstruo llamado Ray Charles, el que se cubría los ojos con sus sempiternas gafas negras para ocultar la ceguera adquirida en la infancia. Son retazos de su azarosa vida, de sus duros comienzos para abrirse paso a la fama, y de la gloria que supo ganarse a pulso. También cuenta su amor por la que fue paciente esposa, a quien engañó con otras mujeres y a la que hizo sufrir por su otra pasión: la heroína. Aparte de la buena música (¡no podía ser menos!) es una película bien ambientada, donde destaca y acapara todo el interés la memorable identificación de Jaime Foxx con aquél célebre personaje. Quizás no profundiza en todas las facetas del poliédrico Ray Charles, pero no se le puede negar el mérito.