A diferencia de los dos primeros trabajos de Menders, “Jarhead” no es una película lineal ni narrativa. Lejos de pretender contar una historia, cosa que no hace, el film bucea en las profundas simas del alma humana y describe el proceso de deshumanización que afecta a un grupo de soldados enfrentados al peor infierno imaginable: la locura de la guerra.

Con un estilo cinematográfico que raya lo sublime, Menders impregna la película de una aparente trivialidad narrativa salpicada de momentos escalofriantes. La naturalidad con la que los marines exhiben su proceso de deshumanización resulta casi abrumadora y desconcertante para el espectador, que en ocasiones es incapaz de hilvanar correctamente procesos mentales que rayan la pura locura.

El paulatino descenso al infierno del protagonista (ese impresionante Jake Gyllenhaal) está narrado con una eficacia casi ofensiva, como si lo descrito fuera lo más habitual del mundo.

Y cuando el espectador descubre que es precisamente eso lo que la película quiere transmitir, cuando se toma conciencia de que lo que está viendo sigue ocurriendo hoy en día en este planeta nuestro, es cuando el pavor atenaza el estómago.

Porque los hombres de “Jarhead” siguen ahí, cada día que esa locura llamada guerra arrebata la humanidad a aquellos que la esparcen por el mundo, cada día que un solo hombre es sometido a la pesadilla de sujetar un arma y verse obligado a matar a otro ser humano.

Porque las víctimas no son los muertos, sino los vivos. Aquellos que padecerán el resto de su vida las secuelas de haber paseado su alma al borde de la locura, y aquellos que jamás volverán a dormir sin recordar la sangre, las bombas y los disparos.

Menders en un genio, y “Jarhead” va directa al corazón, agujereándolo sin piedad y recordándonos, porque no debemos olvidarlo, que lo más terrible no es morir en una guerra, sino ir a una guerra para perder la propia humanidad y aprender a quitar la vida a los demás.