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España España · Xanadú
Voto de Orson_:
9
Comedia. Romance. Drama C.C. Baxter (Jack Lemmon) es un modesto pero ambicioso empleado de una compañía de seguros de Manhattan. Está soltero y vive solo en un discreto apartamento que presta ocasionalmente a sus superiores para sus citas amorosas. Tiene la esperanza de que estos favores le sirvan para mejorar su posición en la empresa. Pero la situación cambia cuando se enamora de una ascensorista (Shirley MacLaine) que resulta ser la amante de uno de los ... [+]
11 de octubre de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La capacidad de Wilder para navegar con maestría entre géneros facilita que “El apartamento” pueda ser calificada en ocasiones como comedia, cuando realmente ni siquiera añadiéndole el adjetivo “agridulce” la entenderíamos como tal.

Es un drama tratado con dulzura, una exposición de vidas tristes, desengañadas (o autoengañadas), en la que cada uno vive una vida diferente a la que quisiera vivir, y lo que es peor aún, eligiendo la senda inmoral para intentar salir a flote, porque ninguno de los personajes que se nos muestra está libre de culpa. Es cierto que Buddy Baxter y Fran Kubelik tienen buenos sentimientos y son utilizados por los demás, pero ellos no se quedan atrás; uno cede su apartamento y dignidad para ascender en su status laboral, y la otra busca consolidar una relación improbable aún a costa de romper un matrimonio.

Wilder había visto a mediados de los 40 la película “Breve encuentro”, de David Lean, en la que un hombre y una mujer tenían escarceos apasionados fuera de sus matrimonios, para lo que llegaban a utilizar en alguna ocasión la casa de un tercero. Al salir del cine, Wilder apuntó en una libreta ¿y qué pasa con el dueño de la casa?, ¿qué hace mientras los otros dan rienda suelta al deseo?, ¿qué siente cuando se mete en su cama y nota aún el calor de los cuerpos que han estado allí? Guardó esa libreta porque sabía que en los años cuarenta sería muy difícil buscar respuestas para esas preguntas, pero tras rodar “Con faldas y a lo loco” en 1959, le dijo a su amigo I.A.L. Diamond que quería escribir un papel protagonista para Jack Lemmon. Recuperó entonces la libreta, leyó las preguntas, y se pusieron a escribir las respuestas en forma de guión.

Si en algún momento puede parecer mínimamente que “El apartamento” es una comedia se debe al inmenso talento de Jack Lemmon para dar vida a personajes sentimentales que se debaten entre contradicciones, en esta película no parece que interprete sino que sea él mismo, tal es la naturalidad con la que encarna a C.C. Baxter. Vean la escena en la oficina en la que intenta tomarse la temperatura con el termómetro al tiempo que llama a sus diferentes jefes para trasladar las fechas de las citas en su apartamento. El encuadre está fijo, no se mueve, todo lo hace él. Impresionante. Trabaja horas extras sin cobrarlas, es ninguneado por sus jefes, se enamora de la chica equivocada, y encima soporta la equivocada mala fama en su edificio de díscolo, mujeriego e irresponsable, lo cual sobrelleva con absurdo orgullo y hasta se lleva como premio que le partan la cara en algún equívoco. ¿Cómo no nos va a caer simpático este pobre diablo, si en algún matiz nos tenemos que ver reflejados en él? Pero no nos engañemos, esto no es una comedia, sólo tienen que escuchar el tema musical de Adolph Deutsch más propio de un melodrama, o el lamento de saxo que acompaña a Baxter cuando lo vemos volver por primera vez al apartamento tras esperar tirado en la calle a que uno de sus jefes lo deje libre con su ligue. Es la estampa de un pringado que ha estado pasando frío en la calle, recoge las cosas usadas por los otros, se toma las bebidas sobrantes que han dejado en su piso, y se cena un pollo congelado mientras se desespera con los anuncios de la tele. Y para despejar dudas del cariz de la historia, cuando la Srta. Kubelik se despierta tras haber querido abandonar este mundo, el primer sentimiento que articula es que a pesar de todo aún sigue enamorada de ese hombre que tanto daño le ha hecho. Inmensamente triste.

El guión es tan bueno que da la impresión que no le sobra ni una frase, nos vemos la peli de un tirón sin respirar, los personajes son definidos con pincel fino (el personaje de Fred MacMurray ha quedado sepultado por los principales pero es magnífico en su coherencia, aunque nos desagrade). Las escenas del interior del apartamento son magistrales, la cámara siempre está situada de forma que podamos ver varias habitaciones para que los personajes se muevan libres, con profundidad en los planos, con suaves movimientos para abrir ángulos cuando los personajes se acercan, y en su ingenio nos regala algunas escenas memorables. La del cristal roto rezuma la esencia de la historia, el cristal partido refleja los rostros en dos mitades, así nos vemos y así nos ven, la vida que llevamos y la que quisiéramos llevar, mientras oímos las palabras de la ascensorista: “me gusta así, me veo tal como me siento”.

Hay que hacer mención al retrato laboral que nos ofrece, aparte de la inmundicia moral que ya hemos nombrado de los protagonistas, está la escena de la fiesta de Navidad en la empresa, una auténtica orgía camuflada, un desafío a la moral de la época, una locura esperpéntica bajo el lema de “aquí te pillo, aquí te mato”, a la que nuestros dos protagonistas permanecen ajenos señalándonos que a pesar de todo tenemos que diferenciar entre unos y otros. Wilder recibió después del estreno multitud de cartas de trabajadores felicitándolo por la exposición de las situaciones diciéndole que eran exactamente iguales a las de sus trabajos, aunque una mala lengua dijo que el director se había basado en las fiestas navideñas de la Paramount.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Orson_
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