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Voto de cinedesolaris:
10
Cine negro. Intriga. Thriller Tras suicidarse, el policía Tom Duncan deja una carta en la que confiesa haberse dejado sobornar por una banda de gángsters, pero también denuncia la corrupción de altos funcionarios. Cuando el sargento Dave Bannion trata de esclarecer su muerte tropieza con toda clase de obstáculos. (FILMAFFINITY)
13 de marzo de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El fuego o calor al que alude The big heat, el título original de la soberana Los sobornados (1953), de Fritz Lang, es del fragor de una batalla, el reflejo de una temperatura ambiente caldeada, que se manifiesta a través de cigarrillos que se apagan sobre la piel mientras las sonrisas queman por su regusto en la crueldad, café hirviendo que se arroja sobre los rostros que han alzado la barbilla desafiantes en vez de plegar velas sumisos, coches que explotan para apagar la mecha que puede hacer explotar el subterráneo polvorín de una corrupción que se extiende como un gran hongo, o el disparo en la sien con el que comienza la película, un disparo que se extiende en una narración que no es sino esa mecha encendida que hay quienes intentan impedir su propagación, la primera, la viuda del policía que se ha suicidado, Bertha (Jeannete Nolan), porque, en vez de, mediante la nota de suicidio que ha dejado su marido, hacer pública la denuncia de una creciente corrupción, en la que su propio marido estaba implicado, prefiere enriquecerse con el beneficioso chantaje parasitario. The big heat es la deflagración de una corrupción extendida. La ciudad arde en sus entrañas, porque la corrupción se propaga difuminando las separaciones de un lado u otro de la ley. Resulta ya difícil distinguir tras las apariencias. La mansión de Lagana (Alexander Scourby), el gangster que domina los negocios ilegales parece la de cualquier familia prospera en la que los adolescentes realizan sus correspondientes fiestas.

Lagana es un hombre de negocios, un cacique, que sabe utilizar el camuflaje de las apariencias, y sabe untar adecuadamente a los representantes de la ley, como al mismo Comisionado Higgins (Howard Mendell), para mantener su negocio. Hasta que alguien, un policía, Bannion (Glenn Ford), que aún mantiene sin apagar la llama de la integridad decide seguir el rastro del suicidio con el que comienza la narración, el suicidio de un colega, un rastro que se convierte en mecha que Lagana querrá apagar cuando se convierta en perturbación, con intrusión incluida en su templo de apariencias, su mansión, ya que Bannion no cede a las presiones de sus superiores para que mire hacia otro lado. Y menos cuando una explosión se lleva la vida de su esposa. Otro fuego arde en la mirada de Bannion, un fuego que anida en las sombras, un dolor que se esculpe, casi mineraliza, en un gesto firme, determinado, ya que el anhelo de justicia se tiñe con los dientes apretados del ansia de venganza. Hay reflejos femeninos en su sendero, sus sombras, el reflejo de su pérdida, de su conversión en espectro. Una mujer coja, como sus emociones han quedado cojas, que le suministra una orientadora pista cuando sus indagaciones no encuentran sino una generalizada oposición que le conduce a callejones sin salida. Ambos hablan cada uno a un lado de una verja. Tras ella, coches de un desguace. La mujer de Bannion murió cuando explotó el coche que se disponía a arrancar. En desguace se han quedado las emociones de Bannion. La verja: distancias, separación, celda, cautiverio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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