Siempre lo digo: me encanta la exageración, la rimbombancia, el espectáculo puro y duro, los rayos y centellas de los F/X y la sobreactuación teatral. También me encantan los estilismos kitsch y esas direcciones escénicas a lo bestia donde nada se hace porque sí, donde todo tiene que verse como algo espectacular y grandioso. Me gusta pasarme de la raya, claro que sí. Por eso adoro estos subproductos disfrazados de superproducción, esas películas que gastan millonadas para homenajear (o llegar a convertirse incluso) a la serie B o Z. Todo eso lo tiene este Furia de Titanes. Esas armaduras resplandecientes y definidas de músculo, esos espadones (y espadazos) vigorosos y brutales, esas divas luciendo gasa y recogido clásicos, toda la suntuosidad del Olimpo donde los dioses debaten sus relaciones con los hombres mientras practican la depravación sexual a troche y moche.

Lo malo es que si usted no es tan fanático de todo esto es seguro que la película le parezca una soberana tontería o, quizá peor, una absoluta mariconada disfrazada con héroes machotes y amor pseudo-hetero-divino-sexual. La historia de Perseo es la misma de siempre (medusa incluida bla bla bla), los actores cumplen y están de buen ver, hay mucha acción, escorpiones gigantes y jefe final al que destrozar con un arma de la leche. Me lo paso mejor jugando a God of War. Pero esa hipérbole artística que realiza Leterrier sobre la cultura y el mito clásicos es insuperable. Al nivel del más épico Mankiewick o Wyler.