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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Drama. Comedia Obra maestra donde Jean Vigo (muerto a los 29 años con tan sólo cuatro películas en su haber) retrata sus recuerdos infantiles a través de la historia de cuatro jóvenes estudiantes franceses que, sujetos a un estricto régimen escolar, deciden rebelarse contra la institución. Filme prohibido en Francia en su estreno por su presunto mensaje antipatriótico. (FILMAFFINITY)
10 de marzo de 2019
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Los franceses tienen una curiosa afición a las recreaciones, estilizadas y más bien poco complacientes, de sus años escolares. Para muestra, la serie de novelas infantiles —en absoluto estúpidas, todo lo contrario— protagonizadas por “el pequeño Nicolás”, o la icónica “Los 400 golpes” (“Les 400 coups”, 1959). Influencia capital en la opera prima de Truffaut, en ocasiones incluso plano por plano, es la cinta que nos ocupa.
Con sólo cuatro títulos en su haber —la tuberculosis lo mató a los veintinueve años— y en su día abonado al fracaso comercial y de la crítica —demoleadora prueba de la cortedad de miras de unos y otros—, los hallazgos de Jean Vigo no tardaron en marcar a los cineastas de su misma generación —Renoir, Carné, Clair, etc.—, conformando el movimiento dado en llamar “naturalismo poético”, y a los de la siguiente, la célebre, sísmica “nouvelle vague”.
Abucheado en su estreno y prohibido hasta 1946, el mediometraje “Cero en conducta” es, sin duda, su film más personal. Vigo toma recuerdos de su infancia y los trenza con feroz voluntad reprobatoria —al ineficaz y corrupto sistema educativo de su tiempo— y radical modernidad formal, esto último hasta tal punto que, a primera vista, la datación de la película se hace difícil. La de la juventud eterna constituye, de hecho, una característica común a todas sus obras, ninguna aparenta los casi noventa años que figuran en sus respectivas partidas de nacimiento.
En los cuarenta minutos de “Cero en conducta” encontramos juguetones trucajes al estilo de Mèlies, un homenaje a Chaplin y un claustro de profesores que, por una parte, parece sacado de “La parada de los monstruos” (“Freaks”, 1932) y, por otra, anticipa algunas fisonomías típicas de Fellini. Culmina la orgía cinematográfica la antológica escena de la batalla de almohadas que desencadena la “revolución”. A cámara lenta y con la música reproducida al revés, supone una síntesis perfecta de los postulados éticos y estéticos de su autor: lirismo y vanguardia a partes iguales, un humanismo doliente no exento de mordacidad, dedo en la llaga de los absurdos e injusticias de la sociedad de entreguerras.
Carorpar
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