Steven Soderbergh y David Koepp, dos cineastas que sin duda han vivido tiempos mejores, aúnan esfuerzos en una cinta de hechuras pequeñas pero dignísimos resultados. Mezcla improbable de «La ventana indiscreta» («Rear Window», 1954) y la miniserie «Devs» (ídem, 2020), hacen bien sus responsables —que no carecen de oficio, precisamente— en arrimarse más a la primera, de la que «Kimi» parece quererse una especie de «aggiornamento» en claves «centennial» y post-Covid.
Una historia sencilla —una empleada de un gigante tecnológico escucha lo que no debe— y emparentada a su vez con «La conversación» («The Conversation», 1974) de Coppola, demandaba un despliegue asimismo conciso, cosa que numerosos realizadores «modernos» no acaban de comprender y que, en cambio, el tándem Soderberg-Koepp lleva a sus últimas consecuencias con una escenografía mínima —pasaría por una «showroom» de IKEA, y de las pequeñas— y apenas media docena de intérpretes. La simplicidad de fondo y forma no merman el interés de la trama; al contrario, diríase que hasta lo potencian. Más discutible me parece el peculiar sentido del humor con que se sazonan ciertos pasajes, no tanto en sí mismo como en cuanto a que tiene como corolario una terna de villanos de opereta que desluce algo el conjunto.
«Kimi» se beneficia sobremanera de contar con el protagonismo de la chica de moda, una Zöe Kravitz recientemente vista —y casi casi descubierta— en «The Batman» (ídem, 2022), film, por otra parte, en las antípodas plásticas y narrativas del que nos ocupa. Su personaje, hiperconectado y, paradójicamente, ayuno de habilidades sociales e incluso aquejado de agorafobia, se erige en un retrato bastante fiel de toda una generación. Ni que decir tiene que Kravitz derrocha el carisma, la determinación y la caída de ojos que, con independencia de sus celebérrimos progenitores, la han convertido en estrella.