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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Comedia. Drama En plena Guerra Fría, el profesor Hamilton, un sabio ingenuo que creía en las bondades de la energía nuclear, al darse cuenta de su error, huye y se lleva consigo todos sus secretos. Encuentra refugio en Calabuch, un pueblo mediterráneo que a él le parece maravilloso porque la gente se limita a vivir y conserva el sentido del humor y de la amistad. (FILMAFFINITY)
20 de enero de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la lectura de algunas de las reseñas que se le dedican en esta página pudiera inferirse que “Calabuch” es una obra menor, casi un baldón en la carrera de Luis García Berlanga. Un reproche recurrente es el de la alegría de vivir que impregna la historia y a sus personajes, de evidente raíz capriana, como si lo último constituyera un oprobio difícilmente perdonable.
En efecto, las películas de Frank Capra son el optimismo antropológico hecho celuloide. Que ello les merezca, a él y a sus epígonos, la condena “per saecula saeculorum” de parte de los autoinvestidos prescriptores de estilo ya me parece algo más discutible.
Admito que “Calabuch” no raya —por poco— a la altura de las obras maestras de su director, joyas superlativas de la talla de “Bienvenido, Míster Marshall” (1953), “Plácido” (1961), o “El verdugo” (1963). Sin embargo, contemplada en un contexto más amplio, el de la historia de nuestro cine, su relevancia resulta indudable.
Alienta en “Calabuch” el peculiarísimo “dasein” berlanguiano, esa jovialidad anarquizante, espíritu perennemente joven como los del —siempre— maravilloso Isbert, Edmun Gwenn o, cómo no, el propio Berlanga. Una vivacidad en las antípodas de aquella España franquista de sotanas y tricornios. Es, de hecho, la utópica comunidad de Calabuch, donde cada cual hace lo que le viene en gana, un microcosmos caricaturesco, por cuanto espejo no ya deformante, sino tergiversador de la dictadura: el cura hace trampas al ajedrez y al guardia civil se lo toma por el pito del sereno, el alcalde es un cero a la izquierda y la corrida de toros, la mal llamada “fiesta nacional”, un sainete desprovisto de cualquier ápice de solemnidad.
“Calabuch” es una cinta feliz como sus responsables todos, luminosa como esa Peñíscola rebautizada. Lo que escapa a sus detractores es que no se trata de una película bienintencionada a mayor gloria del Régimen, caso de “La gran familia” (1962). Al contrario, Berlanga nunca da puntada sin hilo, ni se queda sin munición. Igual que “lo cortés no quita lo valiente”, la mordacidad no está reñida con el jolgorio. Así, el maestro Luis García Berlanga se cisca en el nacional-catolicismo y en sus romos censores con una sonrisa atravesando de oreja a oreja su socarrón rostro austrohúngaro.
Carorpar
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