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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Drama. Thriller Atormentada por ciertos hechos y dominada por una creciente ansiedad, la joven Martha abandona una secta y se va a vivir con su hermana Lucy y con Ted, el marido de ésta. Intenta adaptarse al estilo de vida de la clase media-alta, pero acosada por constantes pesadillas, no le resulta nada fácil. Mientras asume su soledad, la paranoia y los recuerdos comienzan a resquebrajar su existencia. (FILMAFFINITY)
6 de mayo de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con sólo dos largometrajes en su haber, al canadiense Sean Durkin no se le puede negar un talento superlativo para la creación de atmósferas insalubres. Si en el segundo, «The Nest», lograba la cuadratura del círculo al mezclar melodrama de sobremesa, terror gótico y «revival» ochentero, todo lo cual salpimentado con unas siempre estimulantes texturas polanskianas; su debut, «Martha Marcy May Marlene», pone sobre el tapete el trastorno de personalidad, la —en ocasiones— difusa frontera entre sueño (paranoia) y realidad, un tortuoso triángulo hermanas-marido/cuñado donde la tensión sexual deriva (degenera) pronto en agresividad mal contenida, así como el recurrente asunto —especialmente en los Estados Unidos— de las abducciones de jovencitas con pocas luces por parte de sectas encabezadas por el espabilado carismático de turno.
Bien se ve que a Durkin no le arredran los temas espinosos. Precisamente, el enfoque con que aborda el de la secta no es el de la fácil caricatura tremendista «alla» Tarantino en la desopilante «Érase una vez en… Hollywood» («Once Upon a Time in… Hollywood», 2019), sino de una neutralidad que incomodará a más de un espectador acostumbrado a que le den las historias masticaditas. Que no es una desenfadada comuna hippie lo sabemos pronto, pero las aberraciones perpetradas en nombre de la comunión con la Pachamama se van dejando caer con una sencillez desprejuiciada más lacerante que los efectismos de uso —caso, por ejemplo, de su coetánea «Red State» (ídem, 2011)—. Entre ellas, en efecto, varias escenas que remiten a los «Funny Games» (ídem, 1997 y 2004) de Haneke, como se han esforzado en recalcar numerosos críticos algo ayunos de creatividad.
Pero no sólo a nivel argumental manifiesta Durkin una osadía digna de encomio, también narrativamente, con esa alternancia cronológica realzada por un montaje que raya en el virtuosismo, y en el visual, de una belleza imperfecta como la de Elizabeth Olsen —por inaceptable que se antoje hoy recalcar los atributos físicos de las (y los) intérpretes, ni que actuasen a oscuras—, hecha de profundidad de campo, naturalismo lumínico y exquisita geometría en la composición del plano. En cuanto a la recién mencionada protagonista, su primer papel relevante —y menudo papel— le granjeó una merecidísima fama propia, pues hasta entonces había vivido a la sombra de sus célebres hermanas gemelas. La adolescente alienada que compone es un compendio de aristas, (para) filias y fobias que nos tiene con los nervios de punta durante hora y media de genuino sufrimiento.
Carorpar
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