Cuando se afronta el rodaje de un biopic existen dos tentaciones en las que acostumbran a caer los directores: por una parte, la del enaltecimiento ciego; por otra, la del derribo ventajista. Franklin J. Schaffner, apoyado en el sólido guión de Francis Ford Coppola y en la excelente interpretación con que se adorna George C. Scott, logra eludirlas realizando un retrato repleto de claroscuros del megalomaníaco y narcisista general americano, hiperbólico, arrogante e iracundo como los propios Estados Unidos. Las virtudes de Patton son las de América, lo mismo sus defectos. La identificación de personaje y país no es capricho de crítico progre, sino evidencia desde la secuencia que abre la cinta, en la retina de cualquier aficionado al cine, con el malhablado general recubierto de condecoraciones, paseándose como un pavo real ante una gigantesca bandera americana mientras larga su famoso discurso preñado de epítetos malsonantes.
"Patton" es un derroche de medios y de pirotecnia en localizaciones naturales de todo tipo, entre ellas un ramillete de pintorescos paisajes españoles que incluye el palacio de La Granja, al que en un momento dado tilda el protagonista, con amarga sorna, de "perrera real". La exuberancia en el gasto es algo que el cine ha ido perdiendo progresivamente hasta llegar a las malhadadas estilizaciones digitales de nuestros días, de modo que la reposición de películas como la que nos ocupa tiene un valor que va más allá del meramente cinematográfico, más bien rayano en lo arqueológico.