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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
5
Intriga. Drama. Thriller Adaptación de un cuento de Julio Cortázar que narra la historia de Thomas (David Hemmings), un fotógrafo de moda que, tras realizar unas tomas en un parque londinense, descubre al revelarlas una forma irreconocible que resulta ser algo tan turbador como inesperado. (FILMAFFINITY)
5 de abril de 2015
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al hilo de la excelente reseña firmada por Daniel Andreas en esta misma página, me reivindico uno de esos contados héroes de leyenda que han visto una película de Antonioni hasta el final. En concreto “La notte” (La noche, 1961), hace unos años, y de la que, por cierto, no recuerdo un solo fotograma, probablemente en brazos de Morfeo ―no Lawrence Fishburne, sino el otro, el mitológico― ya desde los títulos de crédito.
No contento con semejante logro ―y se me tilda de poco ambicioso―, acabo de enfrentarme a esta “Blow-Up”, tomando antes, eso sí, las precauciones necesarias para conservar la consciencia durante todo su metraje. Sin embargo, nada ha resultado. De hecho, no daba tantas cabezadas desde “L'annèe dernière à Marienbad” (El año pasado en Marienbad, 1961). ¿Me creerán si les prometo que no se trata de un juego de palabras?
Comparto, por tanto, y sin que sirva de precedente, el lacónico juicio que le dedicara Boyero cuando éste sentaba cátedra y resentimiento en “El Mundo”. O sea, “insoportable”. La verdad, no se me ocurre un término que se ajuste mejor al delirio esteticista y subjuntivo en que nos sumerge Antonioni.
La inspiración cortazariana, a priori valor añadido, acaba tornándose arma de doble filo y tiro por la culata. Porque, como creo haber señalado en alguna crítica anterior ―”On the Road” (On the road. En la carretera, 2012)―, hay lenguajes literarios, como son los de Kerouac y el propio Cortázar ―casualmente, o no tanto, autores ambos de inconfundibles ecos jazzísticos―, difícilmente traducibles al tempo cinematográfico.
Con todo, hay algo en las imágenes de Antonioni, ciertamente más hipnóticas que cautivadoras: una especie de porfía inquebrantable, casi fe religiosa, en una apuesta artística indiscutiblemente original y orgullosa, tan segura de la propia genialidad que, a veces ―muchas― raya en la prepotencia. Ese “dasein” ―las inflamadas pretensiones intelectuales de la película bien merecen el recurso a la terminología heideggeriana― es lo que en último término salva los muebles de una cinta más propia de un museo de arte moderno que de una sala de cine. Porque el amanerado David Hemmings y una poco menos que testimonial Vanessa Redgrave no parecen estar muy por la labor. O será que ellos tampoco entienden nada.
Carorpar
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