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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Drama Johnny Friendly (Lee J Cobb), el jefe del sindicato portuario, utiliza métodos mafiosos para controlar y explotar a los estibadores de los muelles neoyorquinos. Terry Malloy (Marlon Brando), un boxeador fracasado que trabaja para él, se ha visto involuntariamente implicado en uno de sus crímenes. Cuando Malloy conoce a Edie Doyle (Eva Marie Saint), la hermana de la víctima, se produce en él una profunda transformación moral que lo lleva ... [+]
27 de mayo de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“On the Waterfront”, como la propia figura de su director, Elia Kazan, supone un ejemplo palmario de que la ética y la estética constituyen dos maneras muy diferentes de enfrentarse al mundo —la primera juzgándolo, la segunda recreándolo—, por ende necesitadas de sendas áreas de acción convenientemente delimitadas y, a mi juicio, cuanto más estancas mejor para ambas. Quienes en la ceremonia de los Oscar de 1999 negaron a Kazan el aplauso por su galardón honorífico ignoraban, o deliberadamente obviaron dicha separación, toda vez que el premio lo era a una carrera de altísimo nivel y no a la catadura moral de su artífice. Elia Kazan delató a varios compañeros de profesión ante el aberrante Comité de Actividades Antiamericanas y “On the Waterfront” no es sino una apología maniquea de aquella traición: convierte a los líderes de la estiba, entonces de ideología comunista, en pérfidos hampones y al chivato en héroe romántico. Sin embargo, ni lo primero resta un ápice de valor a la aportación que Kazan —junto al propio Brando— hizo a la profunda renovación experimentada por el lenguaje cinematográfico durante las dos décadas siguientes, ni lo segundo implica rebaja alguna para con la película que nos ocupa. Al contrario, “On the Waterfront” se cuenta entre las obras máximas de la historia del cine.
Boris Kaufman, director de fotografía, dota a sus imágenes de una sequedad casi documental que demanda la ambientación obrera, casi lumpen, de la historia y que entronca con el “Neorrealismo” italiano, germen de la antedicha, vivificadora sacudida —“Nouvelle Vague” francesa, “Free Cinema” británico— que recibirá la narrativa fílmica en los años sucesivos. Claro que, si hablamos de zarandeos, asistimos a una demostración por demás ilustrativa del que le propinó Marlon Brando a la interpretación. Encarnación pluscuamperfecta del “Método” trasplantado a la pantalla por Lee Strasberg y, precisamente, Elia Kazan, aquí se rasca, se asoma a una cortina y da de comer a las palomas con una intensidad próxima a la implosión. El abismo entre significante y significado que se adivina tras cada una de sus acciones es un dedo veterotestamentario señalando acusador la vacuidad de nuestras existencias. Cuando Brando hojea una revista de señoras en paños menores reflexiona sobre las “condiciones subyacentes de verdad”, qué más da si su personaje es un ex-boxeador sonado. En fin, un amaneramiento el suyo insufrible y, no obstante, hipnótico, hasta un punto tal que su ausencia hace decaer la tensión de cualquiera sea la película en que se vea involucrado. Para algunos, el mejor actor de la historia; para otros, como mi abuelo, “el peor actor del mundo”. Para mí, un histrión que es puro cine, uno de los astros más luminosos de su firmamento y que, por eso mismo, en ocasiones —la verdad, muchas—, llega incluso a deslumbrar, en el mejor y en el peor de los sentidos.
Carorpar
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