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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Drama En el Japón del siglo XVII, Oharu, hija de un samurai, es expulsada de la corte de Kioto y condenada al exilio por enamorarse de un criado. Tras la ejecución de su amante, Oharu es obligada por su padre a convertirse en la concubina de un gran señor, al que su esposa no ha podido dar un heredero. para mayor desdicha, después de dar a luz la arrebatan a su hijo y es expulsada de la casa. (FILMAFFINITY)
29 de abril de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Saikaku ichidai onna” —León de Plata en Venecia— no sólo permitió a Kenji Mizoguchi darse a conocer fuera de su país, sino que abrió la puerta, y de par en par, a que también lo hicieran maestros de la talla de Yasuhiro Ozu y Akira Kurosawa, integrantes con él de una Santísima Trinidad cinematográfica de influencia incalculable.
No creo que suponga incurrir en el determinismo fácil resaltar el peso de su propia peripecia vital en la obra de Mizoguchi —por otra parte, ¿acaso en la de algún artista no lo hay?—. Criado en la contemplación tóxica de los malos tratos sufridos por su madre y su hermana de parte de un “pater familias” amargado por el fracaso —incluso vendió a la segunda como geisha, así las gastaban en el Japón pre-Hiroshima, sin que de ello quepa deducir apología alguna de las bondades de la bomba atómica—, supone una constante en su cine el cariño con que retrata a las mujeres en general y a las prostitutas en particular. La sofocante falta de oportunidades, su (des) consideración como bonitos floreros —y eso en el mejor de los casos—, no eran algo privativo del mundo feudal, pretendidamente extinto, en que se desarrolla esta película. Pervivía, de hecho, bien entrado el siglo XX, cuando fue rodada. Un sometimiento terrible y anacrónico que también había reflejado Ozu en la maravillosa “Banshun” (Primavera tardía, 1949). La dignidad de la concubina Oharu contrasta con la mezquindad de sus sucesivos proxenetas, el primero y mayor de todos ellos, no podía ser de otra manera, su padre. En este melodrama desolador sólo un varón merece la indulgencia de Mizoguchi, precisamente el único que trata a la vapuleada protagonista como a un ser humano: su efímero, malogrado esposo.
De raíz asimismo autobiográfica es el pictoricismo de sus imágenes, hermosísimas sin excepción, pese a la dureza de la historia que cuentan. En efecto, Mizoguchi empezó como cartelista, lo cual redunda en una concepción muy personal del encuadre. Vertebra “Saikaku ichidai onna” una sucesión de planos-secuencia cuyas naturalidad y sencillez se yerguen, sin embargo, sobre una elaborada coreografía actoral donde cada pieza encaja como en un mecanismo de alta precisión. Mizoguchi filma las evoluciones de sus personajes, sus tránsitos de estancia a estancia en esas casas-cajas de muñecas tradicionales e inmemoriales, con amplios, elegantes e indiscutiblemente difíciles movimientos de cámara. En fin, por si no lo sospechaban ya, “Saikaku ichidai onna” constituye —valga el tópico— una lección de cine con mayúsculas.
Carorpar
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