Pocas veces el sufrimiento se ha mostrado en pantalla con tanta veracidad como el de una mujer que se tortura a sí misma escuchando una mensaje de móvil que viene del más allá, o un hombre que borra con un cuchillo caliente a Jesús de su vida y su cuerpo. Las imágenes que componen esta tortuosa, gigantesca, emocionante obra maestra no son aptas para públicos sensibles. Mientras Iñárritu, secundado brillantemente por el guión de hierro que firma Guillermo Arriaga, el montaje de Stephen Mirrione y los desgarradores acordes de Gustavo Santaolalla, nos cuenta pedazos de la vida de sus tres protagonistas, tres vidas enlazadas por un accidente de coche que trastoca sus mundos, las emociones más intensas se agolpan en el espectador, que afronta solo y sin ayuda el desnudo camino que el director le ha preparado. El dolor, el amor, la desesperación, la obsesión, la religión, el sexo, la muerte… y mil sentimientos más se cruzan en este laberinto de desconcertantes recovecos. Aunque todo esto no sería posible sin los inmensos trabajos de su trío protagonista (con especial mención a una sublime Naomi Watts), que nos conducen a través de sus interpretaciones por el torbellino emocional que atraviesan Paul, Jack y Cristina.