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España España · Zaragoza
Voto de Juan Solo:
8
Drama La familia Kohayagawa se prepara para casar a la joven Noriko, la hija pequeña, mientras que su hermana Akiko, viuda y con dos hijos, recibe una propuesta de matrimonio de un hombre con una buena posición económica. El viejo patriarca Banpei se comporta, sin embargo, de forma curiosa: decide ir a visitar a su antigua amante, Tsune, actitud que su hija Fumiko le reprocha. El viudo Banpei sufre un repentino ataque pero recobra la salud y ... [+]
26 de abril de 2014
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sentarse a ver una película de Yasuhiro Ozu es como sentarse a contemplar el mar en un día en calma. Ambas experiencias te acaban dejando la misma sensación de paz y de sosiego. Ozu concibe a sus personajes como pequeñas olas en el inmenso mar del tiempo. La ola, uno de los símbolos por excelencia de la cultura japonesa, muere al besar la playa pero deja en la arena una huella que solo borrará la llegada de otra ola. Con el hombre pasa igual, unos nacen, otros mueren, la marea nunca cesa porque los que se van han de dejar su sitio a los que llegan, es la ley de la vida; la única diferencia es que la huella que dejan los que se van no se borra en el corazón de quienes se quedan.

Los no iniciados en el universo Ozu cuentan al menos con la referencia de su gran obra maestra, la excelsa “Cuentos de Tokio”, para conocer los pilares argumentales de su obra. La familia y las diferentes relaciones entre sus miembros, el paso del tiempo , la muerte, constantes que se repiten una y otra vez en las películas del maestro nipón hasta convertirlas casi en variantes de una misma sinfonía.

A través de sus pequeñas estampas familiares, Ozu es también el cineasta que mejor acierta a retratar a la sociedad japonesa de posguerra Siempre de puertas para adentro- en su obra los interiores ganan a los exteriores por abrumadora mayoría- el director nos habla como nadie de la transición que lleva a esa sociedad anclada en la tradición a convertirse en una potencia económica mundial, sin renunciar además a esa tradición. Para ello, Ozu pone el acento en la confrontación entre lo moderno, representado en el empuje con el que afronta la vida la nueva generación, niños y jóvenes, y lo viejo, que se materializa en la perspectiva más serena de sus mayores.

En el ocaso de su carrera – fue su penúltimo film- el maestro Ozu rueda “El otoño de la familia Kohayagawa”, una de esas muchas joyas escondidas que la componen y que merecen una revisión. Junto a “Las hermanas Munekata “o a “El sabor del sake” o a tantas y tantas otras. Por fortuna, Ozu es mucho más que “Cuentos de Tokio”, su cine no acaba ahí ni mucho menos. En “El otoño de la familia Kohayagawa” su director se permite el lujo de rodar prácticamente dos películas en una. En la primera accede a la presentación de la familia protagonista, formada por un padre viudo y sus cuatro hijos, y se subraya la preocupación de las dos hijas mayores por hacer una buena boda y asegurarse el futuro. La segunda trama arranca cuando el padre retoma la relación con una antigua amante ante la reprobación de sus vástagos. Ambas confluyen en un final tan emotivo como deslumbrante.

Es la vida la que pasa ante nuestros ojos, fluida, serena. Ozu sólo tiene que poner la cámara a nuestro alcance para que seamos testigos de ella. Y nadie como él ha sabido plasmar en pantalla la serena belleza de las cosas. Con un estilo mínimo, invisible, unos encuadres perfectos, una fotografía en tonos suaves y delicados para transmitir esa serenidad. Contando siempre lo mismo, pero nunca igual. Porque la vida renace y se renueva día a día, y el oleaje nunca cesa.
Juan Solo
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