Ya desde el primer fotograma empieza a quedar claro que “Chico y Rita” va a ser una experiencia única y difícil de olvidar. El equipo formado por Fernando Trueba, Javier Mariscal y Tono Errando –hermano del anterior que aparece en los créditos como co-director pero a quien luego nadie nombra y no sé porque- conjuran sus talentos para brindar al espectador una auténtica obra de arte y un espectáculo total. El resultado es una deliciosa explosión de música, luz y color en una perfecta armonía, una película con corazón de jazz y alma de bolero.

Ya hemos visto otras veces esta historia de amor condenado al fracaso y al olvido, la reconocemos en cualquiera de los grandes melodramas que nos regaló el Hollywood más clásico o entre los versos de un bolero. Hay referencias más que explícitas en uno y otro sentido, en el aire está la letra imperecedera del “Sabor a mí” o las imágenes de esa algo olvidada película del maestro Mankiewicz “La condesa descalza”, solo que con una mulata cubana en La Habana precastrista en el lugar de la gitana María Vargas. Sin embargo hay algo que convierte a “Chico y Rita” en como dije antes una experiencia única y le otorga unas señas de identidad propias.

Fernando Trueba es evidentemente el “alma mater” de este proyecto en el que aparecen plasmadas todas y cada una de sus pasiones: Cuba, el jazz, New York, el cine, la “joie de vivre”… El director maneja con maestría todas sus peones: Bebo Valdes al piano y Mariscal a los lápices. Uno aporta una banda sonora luminosa y brillante, el otro con su estilo pop y “naif” una estética apabullante que dota al conjunto de su verdadera personalidad. Cinco años dicen que ha estado el maestro tratando de afinar su orquesta; mereció la pena esperar.