Largometraje cáustico, dirigido con maestría por un T. Phillips que demuestra un dominio absoluto de todos los recursos técnicos, desde la narrativa -colorista y visceral- hasta la ambientación -contextual y psicológica-.
Desarrolla una gran capacidad de persuasión, casi un alarde, y un constante ejercicio de calidez formal en el que el espectador se siente a gusto.
El argumento presenta un anecdotario de tendencia irregular que a veces resulta exagerado y se acerca a la hipérbole pero eso no debe extrañar al tratarse de una película en que la parodia quiere ser protagonista.
Divertida, por momentos excelente y de generoso sentido del humor, su pequeño pecado radica en querer rizar el rizo en demasía, siempre hasta las últimas consecuencias.