Enigmática, ingeniosa, provocadora, desenfadada, absorbente, heterodoxa, extravagante, irreverente e iconoclasta, la propuesta que firma J. Sharman es, sobre todo, original.
Distinta.

Si entras en su juego te atrapa y no te deja respirar.
Te sumerge en el lenguaje de su música embriagadora, en la peripecia de unos personajes caóticos y en el torbellino sin pausa de su ambiguas situaciones.

Su pecado es su virtud y viceversa porque la parodia se retuerce sobre sí misma para reinventarse y crear -o recrear- otra forma de mirar las cosas.