Si existía un candidato para adaptar al cine el excelente texto de O. Wilde, después de que en 1925 lo hiciera E. Lubitsch, no cabe duda de que O. Preminger figuraba en la lista de los mejor colocados.
Perfila los apuntes psicológicos con pulso de artista y sobre la pantalla sabe dibujar la peripecia, creada por el escritor irlandés, con el máximo rigor y respeto al autor.
La historia cobra vida, se percibe como cercana, se evoca la emoción, el sentimiento, se toma partido y se manifiestan las preferencias.
Por si fuera poco, la ambientación recrea el contexto social, la narración fluida le confiere vitalidad y el ritmo adecuado proporciona esa sensación de verosimilitud tan necesaria para que el espectador se incorpore a la obra.
Y así nadie parece ajeno al gusto exquisito de la gente elegante e incluso entran ganas de lucir una prímula impecable en el ojal de su solapa.