El reto de trasladar a la pantalla una obra tan compleja como la homónima novela de G. Orwell otorga mérito adicional a la adaptación de M. Anderson.

Porque no incurre en el pecado de lo pretencioso y sabe dirigir la película con naturalidad y sencillez sin caer en excesos de ningún tipo gracias a un guión muy cuidado.
Porque es rica cinematográficamente hablando, el juego de la cámara resulta muy eficaz y las escenas se suceden siempre impulsadas por el resorte de la soltura
Porque la trama se desarrolla con dinamismo y fluidez, los actores cumplen su cometido con brillantez y la banda sonora se ajusta a la acción con precisión.
Y porque en todo momento posee credibilidad, contundencia y fuerza narrativa.