Drogas, cárcel, marginación, lodo en el suelo que pisas y la película “Ensayo de un crimen” (L. Buñuel, 1955) en la pantalla del televisor sirven para definir el ambiente y delimitar la materia de un largometraje que puede comenzar de cualquier modo pero que parece condenado a terminar en el camposanto.
O en sus aledaños.

Opresiva, descorazonadora, implacable y severa la historia desgrana la esencia de la desesperación con un cuentagotas que administra en cada escena la dosis precisa de inquietud.
Y las confidencias a plena luz del día representan la coartada perfecta mientras la maquinaria de la desilusión y de la venganza recorre ese camino implacable que conduce a la propia destrucción y a la de quienes se encuentran cerca.