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Voto de Fej Delvahe:
9
6,9
17.005
Drama
Polonia, 1960. Anna (Agata Trzebuchowska), una novicia huérfana que está a punto de hacerse monja, descubre que tiene un pariente vivo: una hermana de su madre que no quiso hacerse cargo de ella de niña. La madre superiora obliga a Anna a visitarla antes de tomar los hábitos. La tía, una juez desencantada y alcohólica, cuenta a su sobrina que su verdadero nombre es Ida Lebenstein, que es judía y que el trágico destino de su familia se ... [+]
27 de febrero de 2015
21 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ida, de Pawel Pawlikowski, es una nueva versión de la hermana Luke, de Fred Zinnemann en «Historia de una monja» (USA 1959). Aquella religiosa de Zinnemann representaba la realidad convexa de la religión, mientras que esta religiosa de Pawlikowski representa la realidad cóncava. Para explicarme he de ir al «spoiler», pues mi explicación desvela parte esencial del guión y sobre todo del inesperado final, que deben quedar velados para el lector que no haya visto el filme.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
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Lo que quiero decir es que la monja Luke de Zinnemann es una mujer que desde lo mundanal ingresa en la religión, en el marco religioso, en el recogimiento de un convento cristiano, para finalizar volviendo a lo mundanal; lo cual yo llamo realidad convexa o trascendencia pronunciada hacia afuera. En cambio, Ida, la monja postulante de Pawlikowski es una mujer que desde el recogimiento de la religión, desde la paz orante del convento cristiano sale a lo mundanal, para acabar regresando al albergue de lo religioso; lo cual yo nombró como realidad cóncava o trascendencia pronunciada hacia adentro. La hermana Luke se aventura en la religión, pero en sus entrañas descubre la necesidad imperiosa de libertad que solo puede hallar en el exterior mundano. La hermana Ida se aventura en lo mundanal, pero cuando prueba la vacuidad y asfixia que lo mundano conlleva siente la necesidad imperiosa de volver a la religión, al silencio y sosiego trascendente que ofrece la misma. Son dos perspectivas de la experiencia religiosa igual de respetables y dignas de consideración, la convexa y la cóncava.
El mérito pues de esta nueva historia de una monja que en 2013 nos ha presentado Pawel Pawlikowski, es que cuando por doquier hoy lo que la sociedad del negocio y de cuernos retorcidos nos potencia como referencias significativas de libertad, de realización personal y de gozo existencial son entre otros la alcoholización, el ruido, el desmadre nocturno, el tabaquismo o drogas similares y por supuesto el sexo repentino con quien nos guste, he ahí una joven mujer de origen judío (al igual que unos años antes había hecho Edith Stein en Alemania), que sintiéndose vacía, desvitalizada de sentido existencial, en medio de la mundanidad cautivadora, requiere como si del mismísimo oxígeno se tratara, del desestresante y nutricional silencio (porque no lo olvidemos, Dios si de algo es Señor por excelencia, no es del ruido, es del silencio). Por ello es tan llamativamente acertado y sobresaliente el final que nos presenta Pawlikowski en la historia de su monja Ida, porque es todo lo contrario de lo que la gigantesca, ruidosa y negocianta oferta mundana usa para camelarnos por todos lados y a cada momento; es decir, Pawlikowski se ha atrevido a apostar contracorriente por la mencionada perspectiva cóncava con la monja postulante regresando al espacio profesional religioso de recogimiento y silencio donde centrarse en el plus trascendente de la vida (recogimiento y silencio en el sentido en que son una necesidad y una realidad tan imprescindible para lo humano, como el aire que se respira o el agua que se bebe). En definitiva, más que plausible el enfoque cóncavo, el viceversa representado por la protagonista Ida de Pawlikowski; ni mejor ni peor que el que nos propuso en 1959 Fred Zinnemann con su sor Luke.
En definitiva, como dejó escrito Editk Stein, la filósofa judía convertida al cristianismo, ordenada monja carmelita y luego asesinada en una cámara de gas por el nazismo: «¿A dónde nos conduce Dios? No lo sabemos. Sólo sabemos que nos conduce.»
Fej Delvahe
Lo que quiero decir es que la monja Luke de Zinnemann es una mujer que desde lo mundanal ingresa en la religión, en el marco religioso, en el recogimiento de un convento cristiano, para finalizar volviendo a lo mundanal; lo cual yo llamo realidad convexa o trascendencia pronunciada hacia afuera. En cambio, Ida, la monja postulante de Pawlikowski es una mujer que desde el recogimiento de la religión, desde la paz orante del convento cristiano sale a lo mundanal, para acabar regresando al albergue de lo religioso; lo cual yo nombró como realidad cóncava o trascendencia pronunciada hacia adentro. La hermana Luke se aventura en la religión, pero en sus entrañas descubre la necesidad imperiosa de libertad que solo puede hallar en el exterior mundano. La hermana Ida se aventura en lo mundanal, pero cuando prueba la vacuidad y asfixia que lo mundano conlleva siente la necesidad imperiosa de volver a la religión, al silencio y sosiego trascendente que ofrece la misma. Son dos perspectivas de la experiencia religiosa igual de respetables y dignas de consideración, la convexa y la cóncava.
El mérito pues de esta nueva historia de una monja que en 2013 nos ha presentado Pawel Pawlikowski, es que cuando por doquier hoy lo que la sociedad del negocio y de cuernos retorcidos nos potencia como referencias significativas de libertad, de realización personal y de gozo existencial son entre otros la alcoholización, el ruido, el desmadre nocturno, el tabaquismo o drogas similares y por supuesto el sexo repentino con quien nos guste, he ahí una joven mujer de origen judío (al igual que unos años antes había hecho Edith Stein en Alemania), que sintiéndose vacía, desvitalizada de sentido existencial, en medio de la mundanidad cautivadora, requiere como si del mismísimo oxígeno se tratara, del desestresante y nutricional silencio (porque no lo olvidemos, Dios si de algo es Señor por excelencia, no es del ruido, es del silencio). Por ello es tan llamativamente acertado y sobresaliente el final que nos presenta Pawlikowski en la historia de su monja Ida, porque es todo lo contrario de lo que la gigantesca, ruidosa y negocianta oferta mundana usa para camelarnos por todos lados y a cada momento; es decir, Pawlikowski se ha atrevido a apostar contracorriente por la mencionada perspectiva cóncava con la monja postulante regresando al espacio profesional religioso de recogimiento y silencio donde centrarse en el plus trascendente de la vida (recogimiento y silencio en el sentido en que son una necesidad y una realidad tan imprescindible para lo humano, como el aire que se respira o el agua que se bebe). En definitiva, más que plausible el enfoque cóncavo, el viceversa representado por la protagonista Ida de Pawlikowski; ni mejor ni peor que el que nos propuso en 1959 Fred Zinnemann con su sor Luke.
En definitiva, como dejó escrito Editk Stein, la filósofa judía convertida al cristianismo, ordenada monja carmelita y luego asesinada en una cámara de gas por el nazismo: «¿A dónde nos conduce Dios? No lo sabemos. Sólo sabemos que nos conduce.»
Fej Delvahe