Han pasado décadas desde que vi “La vida de Brian” por primera vez. Desde entonces, el mundo ha cambiado, y yo aún más. Pretender que el paso del tiempo no influya en una película sustentada en el humor y la irreverencia es casi imposible. No obstante, recientemente he vuelto a ver este film, y la verdad es que lo he disfrutado muchísimo. Por supuesto, a día de hoy sorprende que esta película pudiese escandalizar a nadie, pero no está en absoluto desfasada. Aunque algunos gags no me hacen la misma gracia, muchos me siguen provocando las mismas carcajadas, y me generan una sensación de genialidad y agudeza incluso mayor que cuando la vi por primera vez. “La vida de Brian” sigue teniendo plena vigencia como disección de la sociedad moderna. No es que la historia sea absurda, es que los Monty Python nos revelan lo absurda que es la vida que nos hemos construido. La escena de la lapidación, o la de los grupúsculos rebeldes dispersos por las gradas del circo (“Disidentes!!!”), o las referencias a la discriminación de género, todo es de plena actualidad. La película transmite un mensaje crítico y políticamente incorrecto que apenas ha variado después de casi 40 años. Y, con su inolvidable escena final, “La vida de Brian” sigue sirviendo de ejercicio catártico, más eficiente cuanto más capaces seamos de vernos reflejados en cada una de las secuencias… Y partirnos de risa de nosotros mismos.