Aprovecho que no creo que a nadie se le ocurra pensar que pretendo defender el creacionismo para llamar la atención, con el ejemplo de esta película, sobre lo aparatoso e inútil que me parece el cine de tesis, independientemente de la justicia de lo que defienda, e incluyendo en ese concepto el cine de fines sociales loables, tales como denunciar la violencia, promover la integración de disminuidos y marginados, etcétera, (y siempre hay excepciones, como suele ocurrir especialmente en las artes y, por ejemplo, Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler, responde plenamente a este modelo y me parece una obra maestra).
En primer lugar, no creo que este tipo de películas convenzan de sus tesis a nadie que no esté ya bien convencido. Creo que la labor del arte es más noble y efectiva cuando se dirige, por ejemplo, a sembrar dudas sobre las certezas de la gente, dando lugar a que se cree espacio para nuevas certezas. En segundo lugar… ¡qué pesado es! ¡Qué caricaturas acaban siendo los que defienden la tesis incorrecta y qué caricaturas también (de buenos y de listos) acaban siendo también los que defienden la correcta, beneficiados siempre por ese giro de las circunstancias que el guionista se encarga de imprimir y por ese plus de ingenio en los diálogos que se afana en proveer también el departamento correspondiente. ¡Y cómo crujen esos personajes almidonados, pues en la vida real nadie es un prototipo de nada, ni de creacionista, ni de darwinista, ni de mujer maltratada, ni de disminuido psíquico ni de nada! Somos personas que, entre otras muchas cosas, tenemos un determinado problema que los estudiosos tratan de estereotipar (lo cual es útil para algunas cosas y hasta cierto punto). En fin, con un montón de prevenciones, la peli merece la pena, y es igualmente un prototipo del cine liberal, sociológico y siempre sensacionalista de Stanley Kramer. El infalible intérprete Spencer Tracy encarna al abogado de un profesor de un pueblo del Sur acusado de quebrantar la prohibición de enseñar a Darwin en la escuela; Gene Kelly es el reportero del periódico liberal que corre con los gastos del letrado, y Frederic March es el acusador particular, religioso y dogmático hasta la demencia.