Fargo es una película indiferente hasta que reflexionas sobre ella un instante. Sí, parece una historia sin más que no deja de ser otra cualquiera. Pero el avispado observador verá dos mundos enfrentados en ella y es eso lo que la hace ciertamente rica. Por una parte nos encontramos un mundo de ambición, inquietud, egoísmo, traición, locura asesina, lujuria y maldad. Por otra, unos personajes sencillos, felices con lo poco que tienen, tranquilos, complacientes, razonables y cuerdos. Dos maneras de vivir en el mundo tan dispares y tan opuestas que se entrecruzan produciendo grotescos resultados. Dos maneras de vivir que no provinen del mismo lugar. Unos de un pequeño pueblo de fargo y otros de la lejana ciudad. Unos predecibles, otros impredecibles al máximo. Asesinos contra ejemplares vecinos. Violencia contra amistad y bondad.

Los directores tienen el mérito de que ambas formas de actuar no desentonen cuando chocan de forma explosiva. Las muertes que se ejecutan en la tranquilidad de los paisajes son aterradoras pero no por ello desentonan. Parecen transcurrir con normalidad entre sufrimientos y asesinatos espeluznantes. Nada parece cambiar en las escenas siguientes a un asesinato a sangre fría porque el paisaje lo inunda todo. El mismo paisaje que ha hecho al temperamente de las gentes de fargo.

Por ello otorgo el papel más relevante de la película al personaje que hace de puente. El vendedor de coches que llama a los asesinos. Ese es el personaje clave o de unión. Es el personaje que quiere abandonar "por sus particulares circunstancias" la serenidad y previsibilidad de fargo. Y eso le cuesta todo. Porque para los Coen Fargo lo es todo y todo lo puede y sin duda nadie puede escapar al embrujo de esos paisajes y esos vecinos. Nada puede escapar, ni el destino de unos personajes oscuros que intentan atentar contra los valores de la localidad llamada Fargo y lo pagan muy caro. En Fargo no hay lugar para la ambición.