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Voto de Martes Carnaval:
7
Drama Adaptación de un libro de John Carlin (Playing the enemy). En 1990, tras ser puesto en libertad, Nelson Mandela (Morgan Freeman) llega a la Presidencia de su país y decreta la abolición del "Apartheid". Su objetivo era llevar a cabo una política de reconciliación entre la mayoría negra y la minoría blanca. En 1995, la celebración en Sudáfrica de la Copa Mundial de Rugby fue el instrumento utilizado por el líder negro para construir la unidad nacional. (FILMAFFINITY) [+]
21 de febrero de 2010
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película es la consecuencia de la cooperación entre una gran empresa política, un gran libro, un gran director de cine y un gran actor. Curiosamente la suma de todos estos elementos no da como resultado una gran película, pero sí una película notable, que levanta acta de uno de los episodios contemporáneos más alentadores sobre la condición humana. Ésa es su razón de ser: dar fe de un proceso casi inverosímil por su feliz desenlace y de algunas pautas de comportamiento de su principal inspirador, Mandela, magistralmente interpretado por Morgan Freeman.

Que Mandela fue un estadista extraordinario era un tópico, pero esta película nos empieza a desvelar el porqué. Líder es aquél que siéntese donde se siente en una mesa, allí está la cabecera. Cualquier silla que ocupe Mandela será presidencial mientras él viva.

En las contadas ocasiones en que la grandeza humana y la política se encuentran, a las personas de buena voluntad que asisten a este acontecimiento sólo les cabe el aplauso. A uno le causa una gran admiración que una nación haya tenido un líder digno de tal nombre: un hombre inteligente, preparado y tenaz, capaz de trascender con increíble generosidad sus circunstancias personales, avalar con el ejemplo la reconciliación, marcar metas a su nación y, contra todo pronóstico, tener éxito en su ambicioso proyecto. Claro que después uno se acuerda del bueno de Brecht: "Afortunados los pueblos que no necesitan héroes", y la admiración se atempera. Pero lo que no se atempera es el sobrecogimiento ante una trayectoria vital que cambió el curso de una nación con una historia repudiable.

He tenido ocasión de intercambiar puntos de vistas sobre la película con Carlin, el autor del libro en el que se basa: “El factor humano”. "¿Cómo es posible que un solo hombre haya producido sin violencia una mutación social tan profunda?", le pregunté. Para Carlin, todo es consecuencia de la sinergia de dos pragmatismos, el de Mandela y el de los afrikáners,
grupo humano históricamente vocacionado para la adaptación y la supervivencia, independientemente de sus métodos.

Al salir del cine, uno no puede por menos que suscribir la idoneidad del autorretrato escogido por Mandela, el impresionante poema "Invictus" (1875) de William Ernest Henley, cuyos últimos versos son la mejor definición de nuestro protagonista:

"No importa lo angosta que sea la senda,
lo cargada de castigo que esté la condena.

Soy el dueño de mi destino;
soy el capitán de mi alma".
Martes Carnaval
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