Con los años uno domina técnicas para brujulearse en la vida; y con ellas también la capacidad para cuestiones mucho más prosaicas como descubrir de ante mano si una película te va a gustar, o no.
Eso me ha pasado con MI PIE IZQUIERDO. Hasta hace unos días la pasaba por alto, no me interesaba, pero una recomendación me decidió a revisarla.
Desgraciadamente mi intuición no me engañó. A los pocos minutos ya sabía lo que iba a ofrecerme, pero aguanté deseando enfrentarme a algo que me conmoviera. Lamentablemente no fue así. No entiendo esa necesidad de ofrecer imágenes una tras otra encaminadas a compadecernos del pobrecito discapacitado que desarrolla una técnica con la que ¡Oh mi Dios! Sorprende al mundo al pintar “magníficas obras” con su pie izquierdo.
Mi padre todos los años compra tarjetas de felicitación navideñas de autores que con su propio y anónimo pie, hacen un trabajo similar y encomiable. Aunque tal vez no se gasten tan mala leche y una ira desatada, desentrañando lo que al parecer es la historia real de un desalmado y discapacitado tirano, rodeado de comparsas desdibujados que giran alrededor del autócrata del pie.
El único personaje admirable y coherente en el relato es la madre. Ella tal vez si mereciera la atención de un proyecto cinematográfico.