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Voto de Gabriel Syme:
8
Cine negro. Intriga Un agente de la policía de narcóticos (Heston) llega a la frontera mexicana con su esposa justo en el momento en que explota una bomba. Inmediatamente se hace cargo de la investigación contando con la colaboración de Quinlan (Welles), el jefe de la policía local, muy conocido en la zona por sus métodos expeditivos y poco ortodoxos. Una lucha feroz se desata entre los dos hombres, pues cada uno de ellos tiene pruebas contra el otro. (FILMAFFINITY) [+]
8 de septiembre de 2007
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos sensaciones, no necesariamente incompatibles, me quedan tras volver a ver “Sed de Mal”, la muy personal y en muchas ocasiones genial película de Orson Wells. En ella se nos cuenta la confrontación entre un eficaz pero poco ortodoxo jefe de policía norteamericano, interpretado por el propio Wells, y un alto y probo funcionario mejicano encarnado por Charlon Heston, en cuyas disputas y enfrentamientos se ve involucrada la esposa de este último, la bella y perturbadora Janet Leigh. Hablaba de dos sensaciones tras la revisión de la película, y la primera de ellas es la de estar ante una película clásica en el más amplio sentido del término: cine negro de toda la vida, con geniales y arquetípicos personajes y buen argumento inicial. A destacar, el genial tratamiento de la imagen, presente en toda la obra de Wells, con su abanico de picados y contrapicados, el manejo de la luz y de las sombras casi como un personaje más, y una destreza en el manejo de la cámara que imprime un sello personal a la película. El plano secuencia del inicio es quizás uno de los mejores de la historia del cine. La interpretación de los actores y actrices de reparto está a la altura de de sus protagonistas, encabezados por la gran Marlene Dietrich, en un papel que entendemos que responde más a un homenaje a su carrera que a la importancia e interés del mismo en la historia.
La idea inicial sobre la que se basa la película es excelente, si bien es cierto que algunas escenas son prescindibles y rozan la caricatura. El desarrollo muestra dos conceptos de la justicia y dos interpretaciones no siempre compatibles de la misma.
No obstante, y enuncio aquí mi segunda sensación, la película desprende en ocasiones un excesivo manierismo, casi pirotécnico, una obstinado intento del director por mostrar su singularidad en todas y cada una de las secuencias. Este marchamo de autor, innegable en el gran Orson, y que le costó que los productores “adaptaran” la versión final de la película, me resulta en alguna ocasión cargante. El infinito brillo de la estrella Wells casi siempre ilumina, pero alguna vez ciega.

Pese a esta objeción, estamos ante una grandísima película. Todo un clásico.
Gabriel Syme
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