Debería aparecer en los créditos de toda obra ya sea literaria, cinematográfica, musical, pintura, en cualquiera sin excepción, el nombre de la persona que decide cambiar el título que el autor ha querido dar a su trabajo.
Película de culto: Película que en su estreno pasa desapercibida y que generaciones posteriores reivindican.
Buena definición que deja al tiempo como juez insobornable y quita carga a la palabra culto, nada de asimilarla a films que con la entrada te dan el manual de arte y ensayo para poder entenderla.
Esta película está alejada de todo esto, es una película divertida, conmovedora y tierna en diversos momentos llena de esos diálogos de filosofía popular y lógica de los que Linkleter es maestro.
Que difícil es conseguir que unos personajes tipo se hagan tan creíbles. Siempre se corre el riesgo de lastrar la cinta por su previsibilidad, sobreactuación o por incluirlos en situaciones inverosímiles. En esta obra actúan con naturalidad (tengo entendido que Linkleter anima a los actores a mostrarse ante la cámara a su aire) con la naturalidad de encontrar alguna conducta inesperada en alguno de ellos herido en su orgullo.
La música es la que podría escucharse en las emisoras no comerciales aquellos años. El problema de utilizar tantas canciones es que la cinta se transforme en un video musical encadenado. No es el caso, aunque alguna toma tiene la estética del video musical pero en la mayoría de las ocasiones entran cuando tienen que entrar, bien para introducirnos en la escena o bien para mostrar el estado de ánimo de los personajes.
No se puede negar el paralelismo de esta cinta con la de American Graffiti ( la que ya he reseñado), similitud que complementa a ambas. Es empezar a verlas y olvidarse completamente la una de la otra, todas las imágenes, toda la historia es tan atrayente, nostálgica, emotiva que uno se siente tan absorbido que los problemas del mundo se olvidan durante esa hora y media.