Xavier Dolan-Tadros abandona, en parte, sus artificios casi adolescentes, para entrar de un salto en casi la madurez de su cine. Ya no son solo las formas, sino que añade un contenido importante y dedica sus imágenes a contarnos esa historia de la que deduciremos una posición en la vida. Es increíble la forma como combina las imágenes que nos cuentan la historia, un drama, con las imágenes que son espectáculo en el que se presenta ese drama. La luz, el sonido, la música, la ambientación, todo, todo se combina de una forma perfecta para atrapar al espectador y no dejarle respirar, deseando a cada segundo que venga el siguiente fotograma porque sabe que le va a sorprender. Una de las cosas que admiro de Xavier Dolan-Tadros es la enorme facilidad con la que mediante un plano nos pasa de un lugar a otro, o de un tiempo a otro distinto, sin que el espectador se pierda. Y me gusta su mayor riesgo, los diálogos con cámara en mano, barriendo de un personaje a otro o a un lugar de la escena, y agitando la cámara a medida que el diálogo se convierte en discusión. Estos diálogos me gustan en particular porque son muy difíciles de iluminar y Dolan los resuelve bastante bien. Después están sus primeros planos de los personajes por detrás, por la nuca, y desplazándolos poco a poco a un lado para que entre otro personajes en primer plano. Sabe lo que hace y me gusta.