Adaptación de la tragedia Bodas de sangre escrita por Federico García Lorca en 1931. Se centra en una mujer (Inma Cuesta), que deja a su esposo (Asier Etxeandia) durante la noche de su boda, para irse con Leonardo (Álex García). Los tres fueron amigos de infancia sin embargo, las familias de los dos varones se encuentran en un conflicto que marcará el devenir de la historia.

La novia es el segundo largometraje de la directora zaragozana Paula Ortiz, quien funge como guionista junto a Javier García basándose en la obra literaria antes mencionada. Su aspecto de mayor valía es la fotografía a cargo de Migue Amoedo, preciosa y muy sugestiva, aprovechando los hermosos paisajes de las zonas donde se filmó, la Capadocia turca y Aragón, España.

El largometraje falla en sus intenciones en varios aspectos, y prácticamente, a lo largo de todo el metraje, es obvio que quiere presentarse como un trabajo con una narrativa diferente, donde las imágenes adquieren mucha fuerza, donde este aspecto visual es preponderante y tan trabajado que lo demás cae a un segundo plano, lo cual vuelve lamentable a la obra en su totalidad.

El problema primordial de La novia es que todo se muestra demasiado maquetado, muy teatral y ensayado, por lo cual se muestra falso y poco creíble lo que se va viendo en pantalla, si a eso se le suma la forma en como está realizado, bueno se empeora el asunto. Los diálogos (que no me quedan dudas de que muchos son sacados del texto original) en varios tramos resultan hasta risibles (e incluso algunas situaciones), y en una tragedia esto obviamente es negativo.

Sí se habla de las actuaciones la cosa tampoco mejora, de los principales, Etxeandia da pena ajena, García un poco mejor pero igual mal, la única destacable es Cuesta. La película se sirve de muchos simbolismos, el problema de estos es que son tan obvios y tan recurrentes que terminan por intentar envolver al film con un aura entre lo tradicional y lo fantástico que no llega a nada.

En síntesis, La novia es lamentable, la belleza visual se pierde rápidamente ante la oquedad del relato, convirtiéndolo en una obra que pierde el rumbo y que se vuelve sumamente aburrida y eterna a pesar de apenas durar hora y media.