Clara (Wendy Chinchilla) es una mujer de unos cuarenta años que vive en una zona alejada y rural de Costa Rica, es una persona retraída, tímida y poco comunicativa, con algún deficit cognitivo pero sumamente emocional, amante de la naturaleza, el campo que la rodea y la yegua de su casa, Yuca.

Vive bajo muchas restricciones, prácticamente no puede hacer nada sola y tiene marcados los limites hasta donde puede llegar, por si esto fuera poco, es estigmatizada por su madre (Flor Vargas) como una santa que ha hecho milagros, por este emotivo llegan constantemente personas a su casa para rezarlos y sanarlos.

Clara ha crecido bajo un contexto opresivo que no la comprende, la ignorancia familiar y la opresión religiosa son una constante en su vida, que se ve enturbiada con la llegada de Santiago (Daniel Castañeda), un muchacho que llega a trabajar en una finca aledaña, él comienza a interesarse por María (Ana Porras), la joven sobrina de Clara.

A partir de ese punto de quiebre, con gran sutileza y una mirada sensible, Álvarez comienza a darle forma a sus intenciones con la película, siendo coautora del guion junto a Maria Camila Arias. Abordando el despertar del interés sexual de Clara a la que se le abre un mundo que por las condiciones descritas previamente le eran totalmente esquivas.

Lo que fortalece al filme es que su desarrollo se da desde el punto de vista inocente de la protagonista, como poco a poco va descubriéndose con los problemas que eso le va a acarrear, para culminar con un cierre épico donde el fuego representa el quiebre de las cadenas que la ataban a un comportamiento, movilizándose hacia el lugar donde más cómoda se siente.

Álvarez con sencillez y virtuosismo logra transmitir de forma acertada la historia, hay una compensación efectiva entre el poderío que transmiten las imágenes y lo que representa la protagonista para el argumento, con toda la fuerza contenida que va emergiendo hasta ese inmejorable final. Sobresaliente.