La grandeza de Homeland en su primera temporada residía en la imposibilidad para el espectador de establecer un referente moral con el que identificarse. Todos los contendientes tenían parte de razón, los giros argumentales conservaban la solidez narrativa en todo momento, las tramas sentimentales guardaban una relación intrínseca con la línea principal y su final fue tan, tan grande, que más de uno, entre los que me encuentro, deseó con todas sus fuerzas que Brody hubiera apretado ese botón después de un plan tan brillantemente ejecutado. Un final así hubiera sido apoteósico, historia viva de la televisión. Pero como tampoco soy un ingenuo y esto es un negocio, aceptaremos la existencia de una segunda temporada para seguir exprimiendo la gallina.

Y la cosa es que la segunda empieza bien: la dicotomía entre Brody-Carrie continúa alimentando la serie durante los primeros capítulos y comienza a estrecharse el cerco sobre Abu Nazr, cuyas motivaciones -cuando menos- se comprendían. Pero entonces llegó la infamia, la inquina, la ignominia a la serie: en un movimiento que se preveía desde Cuenca, Brody pasa a formar parte de la CIA y es aquí cuando la serie comienza su inexorable deterioro argumental. Empiezan a sucederse gilipolleces, incoherencias e inexactitudes y todo se parece cada vez más a una película americana de los 90. La culminación del despropósito viene cuando la serie directamente trata de hacerte odiar a Abu Nazr de la manera más tramposa y forzada posible. Por si el despropósito moral fuera poco, se multiplican las apariciones de la insufrible de la hija y Carrie parece cada vez más loca y menos auténtica. Un final decente no consigue maquillar ni de lejos lo infumable del 80% de los capítulos.

En esta tercera, directamente, se perpetra la sentencia de muerte. La hija ya ocupa el 30 o el 40% de los capítulos (he pasado sus secuencias con el VLC, porque a ver quién es el guapo que se traga esa mierda de historia teen), a Carrie parece que le paguen por gritar y Brody ni está, ni se le espera. Todo son frases ridículas, intentos por dotar de carisma a nuevas caras y una sensación general de dispendio en algo que francamente no tiene ningún futuro.

No sé si el guionista jefe de la serie fue despedido, o se dio a la bebida o algo, pero la calidad de Homeland ha caído más rápido y con más fuerza que la de cualquier serie que recuerde, a excepción quizá de Heroes. Con su pan se lo coman, porque lo va a ver Rita.