París. Polanski nos introduce perfectamente en un edificio oscuro y gris con vecinos muy especiales. La portera, el dueño del piso y los demás hacen unos papeles excelentes y macabros.

El protagonista se está volviendo loco, si bien su entorno de vecinos no es de lo más amable que uno pudiera encontrar. Contribuyen bastante a que esta persona se vaya alienando, y por momentos nos hacen dudar sobre dónde está el mal, si en ellos o en él.

Y van sucediéndose los signos que preceden a la locura. Desayunar lo mismo que la fallecida, fumar lo mismo, perder un diente y encontrarlo junto al de ella, ver que una vecina con su hija impedida ha sido denunciada y luego lo denuncian a él, ver el libro de Egiptología de la muerta (que terminó sus días vendada como una momia), ser reprendido y amenazado por la policía.

Luego las alucinaciones y los actos irracionales. Confundir a una pordiosera con una vecina que lo quiere ahorcar, travestirse, ver por la ventana a la madre con su hija impedida asediadas por los vecinos macabros. En casa de su amiga creer que quien toca el timbre es el dueño de su piso y pensar automáticamente que su amiga está implicada en la conspiración, etc.

La profecía que se autocumple. En algún momento trata de torcer el destino, cuando comprende que “lo están empujando” al suicidio, pero por debilidad no logra ganar esa batalla. El final es redondo.