Una magistral demostración de que con mucha imaginación, una gran dosis de coraje y un talento desbordante puedes hacer magia con el cine.

Durante unos minutos que avanzan a un ritmo impecable en los que si pestañeas te lo pierdes, te olvidas de que estás contemplando una pieza que tiene, nada más y nada menos, que un siglo de vida. Cautivar al saciado espectador del siglo XXI es un reto titánico. Hacerlo con los escasísimos medios de hace cien años es una proeza. Pero en ningún momento extrañas la falta de color, o de sonido, o de recursos técnicos. Todo ello no hace más que ensalzar el incomparable ingenio de Buster Keaton.

Porque si eres capaz de seducir al espectador, eres un maestro. Si sigues haciéndolo varias generaciones después, eres un genio.