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Voto de Fco Javier Rodríguez Barranco:
8
Drama. Bélico En 1990, estalla la guerra en una provincia georgiana que busca la independencia. Ivo, un estonio, decide quedarse, a diferencia del resto de sus compatriotas, para ayudar a su amigo Margus con la cosecha de mandarinas. Al comenzar el conflicto, dos soldados resultan heridos delante de su casa, e Ivo se ve obligado a cuidar de ellos. (FILMAFFINITY)
9 de junio de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace tiempo leí que la principal causa de las guerras es que quien las declara no las hace, y lamento no poder precisar más esta cita, pero uno tiene sus limitaciones. En todo caso me parece de un sentido común apabullante. Sí recuerdo que esta otra cita es de Clausewitz, un, digamos, pensador entre los siglos XVIII y XIX: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Por otros medios asquerosos, me atrevería a apostillar. Pertenece a su libro De la guerra y la considero, pues, de una frivolidad insoportable para tratar de algo que encierra en sí tres, y a veces los cuatro, jinetes del apocalipsis: la propia guerra, hambre y muerte. Ahora bien, ¿qué sucedería si conociéramos al soldado que tenemos delante de nuestro punto de mira, sus aficiones, sus inquietudes, sus esperanzas? ¿Le dispararíamos? ¿El Jefe del Estado de nuestro país le declararía la guerra? ¿Nos parecería una opción diplomática válida? Pero no adelantemos acontecimientos, porque de eso es de lo que trata precisamente Mandarinas, del director estonio Zaza Urushadze, rodada en 2013, si bien ha llegado a las pantallas españolas en la primavera de 2015, aunque estuvo nominada al Oscar , así como a los Globos de Oro y premiada en los Satellite Awards, todo ello en la misma categoría: Mejor película en habla no inglesa.

Recordemos antes que durante durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial surgieron películas como Cuatro de Infantería (1930), de George Wilhem Pabst, Sin novedad en el frente (1930), de Lewis Milestone, basada en la novela homónima de Erik María Remarque, Adiós a las armas (1932), de Frank Borzage, basada también en otra novela, en este caso de Ernst Hemingway, o La gran ilusión (1937), de Jean Renoir. Pero los largometrajes pacifistas ambientados en este conflicto brutal alumbraron una segunda versión de Adiós a las armas (1957), de Charles Vidor; Johnny cogió su fusil (1971), de Dalton Trumbo, basada en la novela del del director, que también fue el guionista, y finaliza con la ironía de este aforismo latino: DULCE ET DECORUM EST PRO PATRIA MORI, ‘Dulce y honorable es morir por la patria’; Gallipoli (1981), de Peter Weir, que a los espectadores europeos nos introdujo en la participación de Australia y Nueva Zelanda en las grandes contiendas; o, por supuesto, la grandiosa Senderos de gloria (1957), de Stanley Kubrick, donde la dignidad nacional francesa se construye sobre la ignominia judicial.

La Segunda Guerra Mundial, en cambio, generó todo un género bélico, pero bajo una óptica de heroísmo y propaganda, sin entrar en los desgarros de las masacres, mucho menos crítica con el belicismo que la Primera. Todo lo contrario: sirvió como homenaje a los combatientes antinazis; y quizá se deba a que la Guerra del 14 fue una barbaridad sin precedentes, cuya antesala fue la famosa Paz Armada, pero no el genocidio judío. Plenamente asentada la industria del cine, las producciones norteamericanas durante casi tres décadas glosaron la heroicidad de sus compatriotas. Recordemos, por ejemplo, que La batalla de Inglaterra, de Guy Hamilton, rodada, por cierto, con aviones y pilotos españoles, que eran los únicos capaces de hacerlo en ese momento, es del año 1969, cuando ya las ansias de paz mundiales se dirigían hacia Vietnam. Ha habido sí numerosos largometrajes que recogieron la degradación de los fascismos, como La caída de los dioses (1969), de Luchino Visconti, o Novcecento (1976), de Bernardo Bertolucci, cuyas escenas más brutales son precisamente las que se refieren a ese período de la historia de Italia. El holocausto judío, claro, ha sido retratado y oscarizado en La vida es bella (1997), de Roberto Benigni, o en La lista de Schindler (1993), de Steven Spielberg, por citar sólo de dos de los más conocidos ejemplos. Sin embargo, en cuanto a los horrores del conflicto en sí, tan sólo soy capaz de recordar un filme muy reciente de Clint Eastwood: Cartas desde Iwo Jima (2006), donde se narra el pánico de los soldados japoneses a punto de ser invadidos por los estadounidenses. Se calcula que en ese islote murieron 20.000 soldados nipones. Porque Banderas de nuestros padres (2006), del mismo director, como es sabido, apunta sus dardos más bien hacia el sistema de propaganda.

La guerra de Vietnam, ni que decir tiene, así como la de Irak, han sido la dolorosa inspiración de filmes grandiosos, como El cazador (1978), de Michael Cimino, Apocalypse Now (1979), de Francis Ford Coppola, Platoon (1986), de Oliver Stone, o En tierra hostil (2008), de Katryn Bingelow, entre un larguísimo etcétera de denuncias de degradaciones en contextos injustificables.

Es inabarcable, por lo tanto y afortunadamente, mencionar todas las películas antibelicistas que se han rodado en los últimos cien años. Por eso, la primera pregunta sobre Mandarinas sería: ¿qué aporta este largometraje a una trayectoria fílmica con tan amplio corpus? A contestar esta pregunta dedicaré las siguientes líneas.

Mandarinas se sitúa en la guerra de 1992, auspiciada por Rusia, entre Abjasia, apoyada por mercenarios chechenos, y Georgia en el Cáucaso, una región que había estado habitada por los estonios durante un siglo: poco más o menos desde que se empezó a debatir internacionalmente sobre la soberanía de las Repúblicas Bálticas. Eso es el marco histórico, pero el marco fílmico se reduce a dos casas en el campo donde viven dos viejos de origen estonio que se han negado a abandonar su tierra como han hecho los demás. Uno de ellos cultiva mandarinas. El otro, de nombre Ivo, que es el protagonista principal, hace cajas de madera para guardarlas. En tan solitarios parajes ocurre una escaramuza entre dos chechenos y tres abjasios, de tal modo que el carpintero tiene que cuidar en su casa de los dos únicos supervivientes, uno de cada nacionalidad. De ahí surge la pregunta que planteaba al principio: ¿qué sucede cuando conoces personalmente al soldado a quien quieres matar?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fco Javier Rodríguez Barranco
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