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Voto de Fco Javier Rodríguez Barranco:
7
Comedia. Drama Janet (Kristin Scott Thomas) acaba de ser nombrada ministra del Gobierno, y por ello varios amigos se reúnen en una fiesta para celebrar su nombramiento. Sin embargo, lo que comienza como una celebración terminará de la manera más inesperada. (FILMAFFINITY)
11 de marzo de 2018
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Pues ése es el tiempo que oficialmente dura The Party (2017), una película de Sally Potter, cuyo título en inglés coincide con el inmortal guateque de Blake Edwards (1968) con un más inmortal aún Peter Sellers. Quizá el filme de Potter debiera haberse denominado The Dinner, puesto que no hay tal fiesta en este largometraje: se trata más bien de una cena entre amigos para celebrar el reciente nombramiento de la anfitriona, Janet, interpretada por Kristin Scott Thomas, al puesto de Ministra de Sanidad inglesa. Claro que, si bien lo pienso, cena, cena, lo que se dice cena tampoco hay en esta cinta: idea de cena, sí, pero luego nadie se sienta a la mesa, incluso las viandas se queman en el horno, por razones que luego veremos.
Pues bien, de sanidad va la película que nos ocupa, según adelanté en el primer párrafo de esta reseña, pero es que Bill, interpretado por Timothy Spall, marido de Janet ha tenido que acudir a la sanidad privada para evitar las listas de espera del NHS, que se respetan rigurosamente, incluso cuando se trata de un caso urgente, como es del Bill. Este personaje, cuya edad debe estar muy próxima a los setenta años, me permite, además, disertar sobre las tres patas que componen el banco de cualquier persona humana: lo físico, lo afectivo y lo intelectual; pues nos hallamos ante alguien con un serio problema de salud (lo físico), profesor universitario de filosofía y sociología (lo intelectual), que está viviendo un apasionado romance con Marianne, una joven doctoranda a quien ha tutorizado para llegar a PhD.
Algo hay de Woody Allen en todo eso, pero quiero resaltar que esa estructura triple en las personas que aparecen en este filme se puede extender, con mayor o menor claridad, a todos los caracteres que aparecen en escena, si bien en el caso de Gottfried, el sanador holístico, interpretado por Bruno Ganz, la parte intelectual es más difícil de apreciar. Así, por ejemplo, Martha, lesbiana, es también profesora de universidad (lo conceptual), compañera de Facultad de Bill, está casada con Jinny, interpretada por Emily Mortimer (lo sentimental) y se inició sexualmente en sus años de estudiante con Bill (lo corporal). Todo eso se cuenta en la película y son pequeños secretos que se van desvelando en las diferentes escenas. Janet es ministra, esposa y amante, etcétera.
Pero es que el gran patriarca de la estructura tripartita de la vida fue Platón. Aristóteles era más bien proclive a las dicotomías (vertebrados e invertebrados, potencia y acto, necesario y contingente, etc.), pero Platón, desde luego, fue el gran filósofo de las divisiones en tres: tres son las maneras de conseguir la inmortalidad (el sexo, la fama y la contemplación de las ideas inmortales); tres son las partes en que debe estructurarse la sociedad (los filósofos, los militares y los artesanos); tres son las almas del hombre (la concupiscible, la irascible y la racional); y tres, en definitiva, son los personajes que intervienen en el mito del auriga: el propio auriga y los dos caballos alados, cuya conducción no es nada sencilla. De manera que no podemos ignorar este vínculo con la filosofía clásica al considerar la película que nos ocupa.
Por otro lado, sobre un fondo musical, que va cambiando según los vinilos (sí, vinilos) que se colocan en el plato, lo cual pudiera recordar los capítulos doce a quince de Rayuela, de Julio Cortázar, en el que alternan el blues con el jazz y lo clásico, el trabajo actoral es inmenso y se articula sobre una sucesión de primerísimos planos que llenan la pantalla. Sería muy difícil destacar a un actor sobre los otros, porque cada uno de su papel con maestría, pero ustedes me van a permitir que declare mi debilidad por Emily Mortimer, protagonista de La librería, de Isabel Coixet, como es de sobra conocido, y que en The Party, de Sally Potter, da vida al personaje con mayor encarnadura humana, con menos afectación y mayores naturalidad y autenticidad. Todo un soplo de aire fresco en un grupo dominado por el narcisismo intelectual.
Algo que me resulta particularmente grato en este filme es que se adapta a ese tipo de obras teatrales en las que unos son los que empiezan, me refiero a los personajes, y otros los que terminan. Es como si al recorrer la trama los diferentes caracteres se mostraran como lo que realmente son y no lo que representan. Por ello, si bien son numerosas las películas de tema culinario con las que podríamos relacionas The Party, me parece más ajustado establecer un paralelismo con Madrugada (1957), de Antonio Román, basada en la pieza teatral de Antonio Buero Vallejo. Difieren sí en que la película de Potter transcurre en tiempo real y son setenta y un minutos en la vida de los personajes a los que efectivamente asistimos. Pero coinciden, según acabo de señalar, en la podredumbre oculta de los caracteres, que se va ofreciendo poco a poco al espectador..
¿Habrá mejor noticia que una mujer vea reconocidos sus méritos con una designación ministerial? Creo que pocas situaciones más halagüeñas en las sociedad actual. Es sólo que esta reunión elitista de personajes no están a la altura del acontecimiento hasta el punto de April, la cínica April, interpretada por Patricia Clarkson, que también tiene un papel importante en La librería, de Coixet, si bien bastante negativo en este caso, le reconozca a Gottfried, su marido, el sanador holístico, de quien ha decidido separarse, que visto lo visto en las demás parejas, no es la suya la relación más absurda del mundo.
De todos modos, el humor, pequeños chispazos de humor también tiene cabida en este casi mediometraje, ocupando un lugar intermedio entre las bobaliconadas de Benny Hill y la irreverencia genial de los Monty Python. No es un humor desternillante en The Party, apenas esporádicos destellos, pero con ello se realza lo grotesco o lo torpe de los personajes en una película que no pretende hacer sangre de nadie, sino mostrarnos al ser humano tal como realmente es en poco más de setenta minutos.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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