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Voto de seagal4ever:
8
8,7
71.681
Drama. Intriga
Los doce miembros de un jurado deben juzgar a un adolescente acusado de haber matado a su padre. Todos menos uno están convencidos de la culpabilidad del acusado. El que disiente intenta con sus razonamientos introducir en el debate una duda razonable que haga recapacitar a sus compañeros para que cambien el sentido de su voto. (FILMAFFINITY)
29 de mayo de 2010
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Prodigioso ejercicio de dirección y puesta en escena llevado a cabo por el debutante en cine (que no en el mundo audiovisual) Sidney Lumet. Una de las más grandes óperas primas jamás realizadas y que supuso todo un puñetazo sobre la mesa por parte del cineasta estadounidense. Más allá del interesante guión y las no menos extraordinarias interpretaciones, pienso que "Doce hombres sin piedad" es un clásico intemporal por la arrolladora labor de dirección llevada a cabo por Lumet, un director que cimentó con este filme una de las carreras más interesantes de la segunda mitad del siglo XX.
El guión de Reginald Rose (basado en la obra teatral escrita por él mismo) trata sobre la discusión de un jurado en torno a la culpabilidad o inocencia de un joven en un caso de asesinato. Todas las pruebas parecen indicar que el chico es un claro culpable, y así lo cree el jurado, al menos once de los doce miembros que lo componen...
La premisa es por sí sola lo suficientemente interesante como para sentirse atraído por ella de primeras. Pero hay un problema fundamental, todo la historia se desarrolla en un único decorado: una pequeña sala donde los doce miembros del jurado han de deliberar antes de emitir su juicio. Este gran problema espacial, acentuado especialmente porque estamos hablando de una película y no de una obra de teatro, quedó reducido y minimizado principalmente por dos razones: las interpretaciones prodigiosas de doce actores en estado de gracia, y la asombrosa e inigualable puesta en escena llevada a cabo por el señor Lumet. De verdad, resulta fascinante ver cómo doce actores se desplazan a través de un decorado tan reducido de una manera tan realista y cómo la cámara parece estar siempre en el lugar adecuado. Una lección cinematográfica de primer nivel. Ni más ni menos.
El guión de Reginald Rose (basado en la obra teatral escrita por él mismo) trata sobre la discusión de un jurado en torno a la culpabilidad o inocencia de un joven en un caso de asesinato. Todas las pruebas parecen indicar que el chico es un claro culpable, y así lo cree el jurado, al menos once de los doce miembros que lo componen...
La premisa es por sí sola lo suficientemente interesante como para sentirse atraído por ella de primeras. Pero hay un problema fundamental, todo la historia se desarrolla en un único decorado: una pequeña sala donde los doce miembros del jurado han de deliberar antes de emitir su juicio. Este gran problema espacial, acentuado especialmente porque estamos hablando de una película y no de una obra de teatro, quedó reducido y minimizado principalmente por dos razones: las interpretaciones prodigiosas de doce actores en estado de gracia, y la asombrosa e inigualable puesta en escena llevada a cabo por el señor Lumet. De verdad, resulta fascinante ver cómo doce actores se desplazan a través de un decorado tan reducido de una manera tan realista y cómo la cámara parece estar siempre en el lugar adecuado. Una lección cinematográfica de primer nivel. Ni más ni menos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Pero el filme, bajo mi punto de vista, no termina de ser la obra maestra que muchos encuentran en él. Pese a las bondades comentadas, creo que el guión, siendo uno de los puntos fuertes del filme por su estructura y ritmo, así como también por la excelente definición de los personajes (algo estereotipadas en muchos casos, dicho sea de paso), es al mismo tiempo uno de sus pequeños lastres. ¿Y a qué me estoy refiriendo con este pequeño lastre, pensará el impaciente lector? Pues simple y llanamente a un cierto aire de inverosimilitud que rodea a todo el caso.
Al margen de hacernos ver que el abogado defensor es uno de los mayores incompetentes del país (que pudiera ser, vaya), parece como si todos los testigos formaran parte de una especie de conspiración cuyo único objetivo fuera el de culpar al chaval acusado de asesinato. Las pruebas rebatidas no terminan de ser en ningún momento tan evidentes y claras como nos quieren vender, y la duda razonable es cierto que aparece en casi todos los casos, pero es que es algo tan obvio que realmente no sorprende lo más mínimo.
Me cuesta creer, sinceramente, que se tome como una prueba irrefutable el hecho de que la mujer (viera o no viera bien) presenciara el asesinato del hombre a través de los vagones de un tren a no sé cuanta distancia (pese a ese cogido con pinzas comentario de "se probó en el juicio que era posible verlo"). Ésta es solo una de las pruebas, pero el resto no difieren demasiado a ésta en cuanto a verosimilitud.
Como digo, se trata simplemente de un problemilla menor dentro del auténtico puzzle narrativo que Lumet nos propone. Un ejercicio de dirección realizado con una maestría poco habitual y con un desarrollo dramático a una altura pocas veces vista. Además, resulta una interesante crítica al sistema judicial y a las discutibles motivaciones que mueven a los miembros del jurado a actuar (racismo de cualquier tipo, egoísmo, terquedad... Vamos, como la vida misma). ¿Obra maestra? Yo no diría tanto, pero indudablemente el resultado raya a un altísimo nivel.
Al margen de hacernos ver que el abogado defensor es uno de los mayores incompetentes del país (que pudiera ser, vaya), parece como si todos los testigos formaran parte de una especie de conspiración cuyo único objetivo fuera el de culpar al chaval acusado de asesinato. Las pruebas rebatidas no terminan de ser en ningún momento tan evidentes y claras como nos quieren vender, y la duda razonable es cierto que aparece en casi todos los casos, pero es que es algo tan obvio que realmente no sorprende lo más mínimo.
Me cuesta creer, sinceramente, que se tome como una prueba irrefutable el hecho de que la mujer (viera o no viera bien) presenciara el asesinato del hombre a través de los vagones de un tren a no sé cuanta distancia (pese a ese cogido con pinzas comentario de "se probó en el juicio que era posible verlo"). Ésta es solo una de las pruebas, pero el resto no difieren demasiado a ésta en cuanto a verosimilitud.
Como digo, se trata simplemente de un problemilla menor dentro del auténtico puzzle narrativo que Lumet nos propone. Un ejercicio de dirección realizado con una maestría poco habitual y con un desarrollo dramático a una altura pocas veces vista. Además, resulta una interesante crítica al sistema judicial y a las discutibles motivaciones que mueven a los miembros del jurado a actuar (racismo de cualquier tipo, egoísmo, terquedad... Vamos, como la vida misma). ¿Obra maestra? Yo no diría tanto, pero indudablemente el resultado raya a un altísimo nivel.