El problema de existir un director como John Carpenter y no digamos alguien de la talla de Howard Hawks (uno de los grandes de verdad), es el problema de haber afrontado ambos ya la novela de ciencia ficción de John W. Campbell '¿Quién anda ahí?' de 1938 para el poco menos que desconocido y novel director holandés.

No jugaré a ser Dios (no tengo capacidad ni propósito para ello) y no seré yo quien le pida a este hombre de nombre y apellido irreproducibles, un acto de contrición por haber hecho lo que ha hecho y porque la cosa (sin necesidad de aludir al título) no ha quedado deslucida, a decir verdad. Ni mucho menos. Recrea con pericia la gélida Antártida y sabe dar la sensación permanente de estar en el lugar que hay que estar. Tampoco se le pueden exigir demasiadas responsabilidades por haber hecho una precuela de la versión de Carpenter de 1982 en la que, prácticamente, el único cambio llegue en representación del personaje protagonista, una mujer por un hombre. Engarza de forma muy correcta el antes y el después pero, siendo sinceros, no existe esfuerzo alguno en modificar el desarrollo. Tan simple como tratar de alterar la específica forma de plantear el problema y darle salida. La metódica a seguir durante el noventa por ciento del tiempo es la misma del plan original, sin molestarse en optar por alguna novedad y así corresponderse con toda coherencia a cualquier patrón seguido previamente. Demasiado fácil y cómodo. Por decirlo con brusquedad y cierto desdén: el argumento y su desarrollo han sido pasados por la fotocopiadora, limitándose a repetir la mecánica de su secuela predecesora (¡qué contradicción!) y deberían exigirle por ello derechos de autor.

Sí es achacable, a la producción en general, la parte técnica. No tanto porque no convenzan sus efectos visuales como porque no se aprecie en demasía una mejora en los mismos treinta años después del intento de Carpenter. No siento tampoco especial fascinación en la parte más culminante y al final, menos lustrosa. Su regodeo es excesivo y pierde parte de lo ganado.

Aun sin los dos nombres de peso mencionados que puedan actuar como lastre y sin tratarse para nada de una zafiedad olvidable, me queda la sensación igualmente de que no habría llegado más lejos por más que hubiera querido.