Como reza el eslogan del cartel de la película: nada es lo que parece. Y es cierto, tal cual. Burger nos engaña bailando continuamente entre los juegos de magia e ilusionismo y los poderes sobrenaturales. Pero también nos ofrece bastante más que eso. La magia no se queda sólo en el escenario.
La elegante Viena de comienzos del siglo XX es testigo de un triángulo amoroso y los celos que despierta un amor imposible venido desde la infancia. Un fantástico Edward Norton, como el mago ilusionista, encandila con sus trucos no sólo a la audiencia que llena sus espectáculos, también a la que se situa detrás de la pantalla.
Interesante película sobre amores, conveniencias y celos que a pesar de contar con numerosas ilusiones ópticas, no engaña por falta de realismo. Mantiene en vilo hasta la última de sus representaciones, porque ya se sabe: el espectáculo debe continuar.