Me confieso, soy culpable: me encanta la chispa casposa cuando se refleja tan bien, cuando es tan insultantemente divertida. Me encanta la parodia grotesca que supone ese engendro humano, por dentro y por fuera, llamado José Luis Torrente. Esa caricatura sobredimensionada del español de la España más rancia. Esa turba de personajes, buenos y malos, con actores y no actores, que pululan en torno al epicentro Torrente y que son indispensables para engrandencer su leyenda. Sí, sin duda, me encanta.
Habrá quien piense que Torrente nunca debió existir por tildarlo de casposo, soez, cutre o vaya usted a saber qué. O, tal vez, habrá quien piense, cuanto menos, que la saga se repite más que el ajo y que es una fórmula ya agotada. Pues, mira por dónde, yo pienso justo lo contrario. Creo que Torrente (antítesis radical y absoluta de James Bond y cómo no, parodiado), como saga, tiene una calidad incuestionable. Efectivamente, el personaje y todo su entorno es cutre y vulgar hasta decir basta, pero hay gente que confunde eso con la calidad de la producción y todo el trabajo que hay detrás, amén del ingenio de Santiago Segura para desarrollar las sucesivas historias "torrentianas".
También creo que, en concreto ésta quinta entrega, es en la que mejor ha quedado hilado todo el conjunto (tramas y personajes) e incluso el final; mientras que en alguna entrega anterior flojeaba algo y deslucía en parte, está a la altura de las expectativas y es el culmen del despropósito. También es probablemente la más hilarante de todas hasta la fecha. Yo no he parado de reír.

Larga vida, pues.