Recuerdo bien cuando la vi por primera vez hace unos quince años que me causó una muy buena impresión. Por inesperada. Fue de esas pocas veces que sin contar con ello -requisito indispensable no tener conocimiento alguno sobre la misma- se convierte en poco menos que un hallazgo y te ofrece, por tanto, un alto entretenimiento. Y vuelta a ver en el presente sigo apreciándola. El director John McTiernan, de quien hace años no se tiene ninguna noticia, lleva al cine, bajo la supervisión de éste, la novela de Michael Crichton “Devoradores de cadáveres” con un resultado final más que aceptable.
Consigue producir enorme inquietud donde sólo debería haber un remanso de paz y traducir esa inquietud en un profundo miedo a lo desconocido cuando la leyenda se agiganta y se hace real. Historia que atrapa y obtiene el interés de uno desde el mismo comienzo, bien ambientada con esa estética vikinga y desde luego gana por un diseño de producción fantástico, que oscila de la luz y el verdor que proyectan las praderas vikingas hasta la opresiva y agobiante sensación de las galerías subterráneas.
Una oportunidad de disfrutar de una verdadera película de aventuras.