El humor costumbrista es puesto al servicio de la pareja de hecho televisiva Andreu Buenafuente y Berto Romero. El descenso sufrido por sus personajes al infierno del olvido, más su situación particular de menosprecio del uno por el otro, es un buen punto de partida al que sumar la peculiaridad con la que se retrata a los habitantes de su pueblo natal. La idiosincrasia de los aldeanos y muchas de las situaciones son recogidas bajo los tópicos más manidos, que se resuelven con acierto porque no están desaprovechadas ni exentas de gracia. Las viejas glorias de la música electrónica, por cierto, todo lo musical hecho con mucha guasa en donde se luce especialmente Berto Romero, son recibidas por sus paisanos como un Míster Marshall de enjundia a lomos de un caballo blanco y aprovechado, como un oasis en mitad del ostracismo con el que salir del pozo, por las en otro tiempo estrellas.

La hilaridad ya es manifiesta en el momento en que con gran ironía se acepta como éxito un esperpento musical hecho videoclip, monopolizado por dos horteras sin ningún talento. La flor de poco más de un día, aceptada de manera muy distinta por los dos hermanos, les lleva años más tarde a ser los pregoneros en su estereotipado lugar de origen. El encuentro allí con secundarios como el ya veterano Jorge Sanz o la maravillosa Belén Cuesta, será la oportunidad para que ellos puedan redimir sus culpas y nosotros nos despachemos a gusto con las risas.

Al igual que les debería haber pasado con el éxito a sus álter egos Juan y Richi de Super Galactic, la popularidad de su pareja protagonista puede despertar la simpatía o el recelo entre aquellos que duden de su competencia para desarrollarse fuera de la pequeña pantalla. Por eso mismo, si piensas que esto pueda condicionar a la hora de verla, es muy posible que aciertes. Si piensas que esto pueda conllevar al tedio al ser vista, seguro que te equivocarás.