Dibujo simple, de formas finas y mirada sutil. Apuesta por la sencillez, por la amalgama de colores y por el sonido sin diálogos. Todo para contar el mundo visto desde los ojos inocentes de un niño de cuya ingenuidad empieza a verse despojado. Su talento está en la habilidad de mostrar de manera concisa, conectando muy rápido y a ritmo de música caribeña los valores positivos y los negativos, la vida (la de los mayores), la amistad o lo caótico del mundo moderno.
Se describe tal y como su protagonista la hubiera visto; se vive y se siente jugando. Con cada trazo derrocha ingenio y creatividad. Es posiblemente la única película de animación jamás hecha y personificada en un pequeñajo que aún no habla, que nunca entendería ese mismo pequeño. ¿Es esto algo en su contra? No, simplemente refleja la sutileza con la que lo complejo lo vuelve sencillo o lo onírico real. En los ecos de su flauta, una preciosa melodía que su padre le regala antes de irse, nuestro joven protagonista es capaz de superar los saltos en el espacio tiempo y encontrar siempre la salida hacia el siguiente escenario con nexos imposibles, solo soñados desde la más pura fantasía.

Es un pequeño oasis en mitad del desierto.