Jaime Rosales, director y uno de los guionistas de la película, opta por adentrase en los elementos esenciales del drama ancestral. Temas imperecederos, siempre anhelados y permanentemente conflictivos, como la filiación, la pertenencia, el Padre, la Madre, el Hijo, el incesto, la culpa o el perdón son representados mediante personajes, muy bien interpretados por un reparto de actores excelente (Bárbara Lennie, Àlex Brendemühl, Marisa Paredes, Joan Botey en los papeles principales), que encarnan los tipos míticos atávicos de los relatos fundacionales de nuestra cultura greco-judía y los antitipos actuales alternativos a ellos también procedentes de nuestro acervo cultural, a un ritmo de velamiento-desvelamiento de las identidades que mantiene atento al espectador a pesar de la previsibilidad del desenlace. El interrogante sobre la propia identidad es generalizado. Rof Carballo hablaba de la fantasía del niño adoptado arraigada en nuestro inconsciente colectivo así como el deseo de tener unos progenitores honorables que fantasean incluso los que han sufrido sus abusos. Tocar estos temas asegura el interés del público y el debate posterior que siempre provocan las buenas películas.